Desde que el Jazz diese sus primeros pasos ha tenido por compañero el Tap Dancing (claqué). Un baile conocido en sus albores por Juba, que nace en las plantaciones su- reñas americanas, hijo del esclavo negro. Un baile que pronto se hermana con el Jig que practica el irlandés que desembarca en las Américas huyendo de persecuciones y hambrunas y comparte con ellos los rigores del trabajo en el campo. Zapatazo a zapatazo ambas razas se divierten, juguetean y compiten danzando lo que pronto se conocería por Tap Dancing y después, ya en pleno siglo XIX, sería oficio de juglares.
Un baile exhibicionista, pura filigrana rítmica, amante del desafío y del virtuosismo.
Un baile que cuenta entre sus maestros con nombres carismáticos como William
Henry Lane (1825-¿1852?), conocido por Master Juba.
Master Juba
Así describe su baile Charles Dickens (American Notes, 1842):
El corpulento violinista negro y su amigo que toca la pandereta dan zapatazos en la tarima elevada sobre la que se sientan y tocan una alegre melodía. Cinco o seis parejas salen al centro de la habitación dirigidos por un joven y animado negro, que es el más alegre de la reunión y el mejor bailarín conocido. Arrastra los pies una vez, dos, se para, gira, chasquea los dedos, gira los ojos, gira de rodillas, se vuelve, gira sobre la punta de los dedos y los talones como harían los dedos en una pandereta; baila con dos piernas izquierdas, con dos piernas derechas, con dos piernas de madera, con dos piernas de alambre, dos piernas de muelle ꟷtodo tipo de piernas y ningunaꟷ ¿qué le importa a él? Y ¿en qué forma de vida, o baile de vida, consigue un hombre un aplauso tan estimulante como el que resuena a su alrededor, cuando, habiéndose desembarazado de su pareja y de él mismo, pega un salto glorioso sobre el mostrador y pide un trago con la risa de un millón de falsos Jim Crows, en ¡un inimitable sonido!
Otros nombres insignes del Tap Dancing han sido Bill “Bojangles” Robinson (1878-
1949) llamado “King of Tap Dancers” (Rey de los Tap Dancers), John W. Bubbles (1902-
1986), los Hermanos Nicholas (Fayard Antonio, 1914-2006) y Harold Lloyd, 1921-2000),
Sammy Davis Jr. (1925-1990), y, por supuesto, con estilos propios y muy personales,
Fred Astaire (1899-1987) y Gene Kelly (1912-1996).
Luego, cuando el jazz y el flamenco empezaron a caminar juntos los bailaores fueron
requeridos para formar parte de los grupos y espectáculos más destacados. En este
sentido el sexteto de Paco de Lucía (1947-2014) se erige en maestro indiscutible y
modelo de un nuevo flamenco. Él enriquece el concierto de guitarra, que desde 1981
pasa de solista a septeto con la incorporación del cajón, la batería, la flauta, el saxo
soprano, el bajo y, por supuesto, el baile. Un baile percutivo que modeló primero Manolito Soler (1943-2003) y después interpretarían Juan Ramírez (1959), Joaquín Grilo
(1968), Farru (1988) y El Carpeta (1997).
Manuel Soler. Barcelona, 1986
Joaquín Grilo. Viena, 1996
Heredero de Paco es el madrileño Jorge Pardo (1955). Él ha continuado el tipo de
concierto multi-instrumental que crease el genio de Algeciras. Y él ha incorporado la
bailaora a su grupo.
Primero Aída Gómez le pidió la música para su Silencio rasgado, estrenado en 1998 en
el Teatro Real de Madrid e hizo un recorrido del tango al tanguillo, fandango, tango y
bulería en el que nos regaló inspirados momentos de un baile personal.
Silencio rasgado. Madrid, 1998
Años después él incorporó a Ana Morales en el concierto que dio en la Suma Flamenca de Madrid el 13 de junio de 2019. Antes, por iniciativa compartida por Jorge
Pardo y Emilio Belmonte ꟷambos pensaban que en los conciertos de Pardo faltaba
una bailaoraꟷ Ana hace una residencia con Pardo en el Centro San Miguel de Alcalá
de Guadaíra en la que baila esa extraordinaria soleá por bulerías de Pardo denominada “Soleatrix” ꟷAna la califica de “eléctrica” y “volátil”ꟷ. Emilio Belmonte1 a la
sazón estaba rodando con Pardo un documental biográfico que estrenaría en 2021
con el título de Trance y conocía el baile de Ana por su trabajo en Sin permiso.
Ana y Jorge Pardo en Soleatrix
Luego, sería Jorge Pardo el que le pediría a Ana que formase parte del grupo con el
que se iba a presentar en la Suma madrileña.
Ana en Suma Flamenca
Fue un sensacional concierto titulado “Otro sueño” en el que Pardo ꟷese “maestro
de la vida” en palabras de Anaꟷ contó con el bajo de Carles Benavent, la batería de
Tino di Giraldo, la percusión de Bandolero, el arpa de Edmar Castaneda, el contra- bajo de Javier Colina, la armónica de Antonio Serrano, la trompeta de Enriquito, el
violín de Ambi Subramanian, el cante de Bego Salazar e Israel Fernández y el baile
de Ana Morales. Un auténtico acontecimiento musical en el que Ana hizo un baile
milimétricamente ajustado a compás con formas escultóricas rebosantes de belleza
plástica. Ana salió, en palabras suyas “a disfrutar de todo lo que ocurría” e hizo un
baile que reflejaba con meridiana claridad las abismales diferencias que existen
entre el antiguo Tap y el baile flamenco. En los dos se zapatea, pero de muy distinto
modo. En el Tap hay desafío y acrobacia. En el flamenco sentimiento y compás.
El baile de Ana Morales acerca el Flamenco al Jazz en tanto que es hijo de la im-provisación, algo que, por supuesto que se da en el Flamenco, aunque no con la
intensidad y el disfrute que en el Jazz, en el que constituye una fórmula esencial de
desarrollo y evolución. Una fórmula que ella conoce y domina en profundidad.
Cuando empezamos a abordar estos temas, quedamos con ella para hablar sobre
ellos, porque Ana es capaz de analizar y poner en palabras cuanto sucede en su baile. Ana ama la improvisación. Disfruta improvisando. Para ella, la improvisación es
“Bailar lo que sucede en el momento en que estás bailando (…) la libertad de estar
en movimiento a raíz de lo que escuchas en un momento dado”, “hacer las cosas
sin juicio, es decir, sin juzgar si está bien hecho o no”. Y añade: “En la improvisación
utilizas cosas (formas, movimientos) que ya conoces y cosas nuevas que tienes que
saber manejar. Es algo no exento de peligro, porque a veces te metes en bucles y no
sabes cómo salir de ellos”.
Ana en La cuerda floja
En realidad, Ana no para de investigar en la danza. Baila “sentimientos” y baila
“conceptos”, que, en realidad, nos dice, “son cosas distintas que van unidas”. Un concepto, para ella es “una reflexión que te interesa por algún motivo”, como “el
equilibrio” y “el desequilibrio” que ella ha trabajado en La cuerda floja, estrenada
en la Bienal de 2020. A veces, “una emoción, una música, provoca un movimiento
que crea algo conceptual”.
Ana en Sin Permiso
Con respecto a las formas, los movimientos, las figuras, piensa que el movimiento
es universal, que sus formas no pertenecen a nadie. “Lo que nos pertenece”, señala, “es la forma de hacer un movimiento, de crearlo”.
Para ella, “el arte, cuando es sincero, crea emoción (…) La danza es una arquitectura. Con nuestro cuerpo creamos figuras arquitectónicas que se pueden copiar,
pero entonces no serían auténticas. Cuando creamos estructuras, creamos un lenguaje, que es nuestro”. “El cuerpo está en continua transformación, no lo puedes
frenar. Cuando bailas aparecen movimientos que están en ti (...) Hace dos años
no bailaba como bailo hoy y dentro de unos meses no bailaré como bailo ahora”.
Ana es además una bailaora meticulosa, entregada a su baile. “Yo me meto en
un teatro” nos dice “y a mí me interesa saber cómo se llama cada foco, porque
a la hora de comunicarme con la chica de la iluminación me gusta poderle decir
exactamente lo que quiero. Yo creo que es importante estar al día y cuanto más
se pueda saber, pues tanto mejor (…) Lo más difícil es crear un equipo que te
entienda. Yo no suelo mantener equipos. Nunca trabajo con los mismos músicos.
En cada espectáculo que hago, hay unos músicos distintos y hay una iluminación
distinta, porque cada temática le pertenece a la persona que está más cercana a
cada tema”.
Ana es una mujer positiva, optimista. No olvida lo que le dijo un día un colaborador suyo: “Tú vas a salir hoy a bailar y este va a ser tu mejor baile, porque no va a haber otro”. Y es que, añade: “Cuando se le da valor a lo que uno hace, pues tú
creces.”
Sin embargo, no puede dejar de censurar lo que hoy ve a su alrededor: “Hoy en día
prima la indiferencia. A la gente le da igual todo. Hay exceso de cosas mediocres,
cosas que no trascienden. La sociedad no quiere ver las cosas que tienen valor, solo
quiere entretenimiento. Tiende a lo banal, lo más sencillo, lo más simple y menos
profundo. Eso es lo que vivimos y eso es lo que hay”.
Así es Ana.
Notas
1. Véase Carlos Aguilar y Anita Haas, Flamenco Jazz. Historia de un amor, págs. 12 y 197.
José Luis Navarro