¡Fandango!, Mejor Espectáculo de la XXI Bienal

¡Fandango! es una simbiosis perfecta de cante y baile, una feliz comunión artística. El baile de David Coria es la representación visual del cante de David Lagos y el cante de David Lagos es la banda sonora del baile de David Coria. Lagos recrea su Hodierno y Coria lo coreografía. Los dos hacen una reflexión plástica y sonora del ayer y del hoy de esta España nuestra. 




¡Fandango! es una tragicomedia plagada de símbolos cuyos personajes se mueven dentro de un ruedo rojo que nos transporta a aquel ruedo ibérico que hablaba en los 60 de la España del Generalísimo. Un ruedo que se hace campo y arena de muerte. En él, se mueven unos personajes obsesionados con ese ruedo-círculo que dibujan en la arena. Unos personajes que se avergüenzan de su presente y se cubren el rostro con un pañuelo blanco, porque no quieren verlo; que lloran y se secan las lágrimas con ese pañuelo blanco; que se esconden y se ocultan bajo ese pañuelo blanco, que es a la vez paño de lágrimas, venda y capucha protectora. Unos personajes que levantan el brazo al estilo falangista a los sones del “Himno Nacional” y que descargan su rabia a base de gritar y zapatear. 





¡Fandango! es una reflexión en 6 movimientos (El miedo-La muerte, Siesta-Faena, Dominación, La fiera, La memoria y La fiesta) sobre lo que ha sido este país. Una reflexión de puertas adentro y de puertas afuera sobre cómo somos y cómo nos ven. Una reflexión lúcida que David Coria y David Lagos, no sin cierta ironía, titulan “¡Fandango!”, es decir, “Fiesta”, que eso es lo primero que significó esa palabra. Una reflexión con un mensaje sombrío que se hace explícito en el cante de Lagos. Primero canta “Doblan las campanas, campanas de San Juan de Dios”. Aquellas campanas que aliviaron a los desprotegidos y que meten a Dios en medio de toda aquella calamidad. Y enseguida el Pregón del miedo: 

        Miedo, miedo, nos venden miedo y compramos mucho miedo. Miedo fiel, miedo eterno.           Miedo a pensar. Miedo a mover un dedo. 

Luego, un mensaje repetido de frustración y de muerte, siempre muerte: 

                                    Si preguntan por quién doblan las campanas, 
                                    diles que doblando están por mis muertas esperanzas 

                                    Cuando pensé en olvidarte 
                                    Se me apareció la muerte 

                                    Si acaso no tuvieran alivio mis males 
                                    Yo me estoy muriendo, yo no tengo a nadie. 

Hasta el amor se tiñe de muerte: 

                                    Yo tengo celos del aire 
                                    No lo puedo remediar 
                                    Que soy capaz de matar 
                                     Y Dios me ampare a mí luego 

Solo algún respiro que, para colmo, también termina en lágrimas: 

                                     Bebiendo vino y cantando 
                                     Yo quise un día tu cariño 
                                     Mientras bebo estoy gozando 
                                     Pero luego vuelvo a mi casa llorando. 

Escuchamos a Federico García Lorca con su Prendimiento de Antoñito el Camborio y reapaece la muerte en el mismísimo final por fandangos: 

                                     Desde que murió mi madre 
                                     No encuentra mi corazón 
                                     Un ratito de alegría 

Todo en el más estricto flamenco: un pregón con ecos de trillas y tonás, soleá, malagueñas, fandanguillos folclóricos, liviana-seguiriya, fandangos, cantiñas, mariana, tangos y fandangos para cerrar. Todo un recital de cante preñado de ecos clásicos. Y todo, especialmente esa memorable mariana de Garrido de Jerez, esa vehemente liviana y esos fandangos onubenses, dignos de la mejor antología del cante de hoy. Toda una lección magistral del cantaor jerezano. 




Capítulo aparte merece el baile. Una concepción coreográfica que transmite al espectador cuanto le dice el cante. Un cuerpo de baile con 4 solistas: Paula Comitre, Florencia Oz, Maise Márquez y Rafael Ramírez. Disciplinados como grupo y espléndidos en los dúos y en los solos. Y David Coria, coreógrafo y protagonista, que hace gala de una singular riqueza de recursos y un dominio técnico admirables. Un baile heredero directo de Antonio Ruiz Soler, con unos pies limpios y vertiginosos y con las piruetas y las caídas de rodillas, los populares rodillazos, que introdujo en el flamenco el maestro sevillano. Un baile cuya finalidad es contar unos hechos, una historia. Un baile al servicio de un mensaje oral con bailaores que corren, caen al suelo, se arrastran y se retuercen con Coria como guía y modelo. Bailaores vestidos de calle. Bailaores en camisa o camiseta y pantalón y bailaoras con sencillos trajes atemporales. Prendas en las que predomina el gris y el ocre. Un baile que exprime los sentimientos que en cada momento quiere expresar. 




Coria y Florencia protagonizan un ejemplar paso a dos que es más disputa que diálogo, más discusión que armonía. Una batalla de sexos. Ella asume un papel dominante, le tapa la boca, le intenta dominar. Él se defiende, se apoya en ella, cae al suelo. Un encuentro que culmina Coria por soleá y cierra Florencia intentado consolarle. Un consuelo que él rechaza con violencia. 




Cambia la escena. Un campo de arena y arroz. Era de trilla y coso taurino donde se bailan unos fandanguillos folclóricos a los sones de un clarinete y un tambor. Baile popular. Baile de palillos. Baile de grupo. Baile de ayer. Baile apegado a las faenas del campo. En él todos dibujan círculos. Una coreografía de elaborada sencillez. 






Maise Márquez y Coria interpretan una íntima liviana. Personifican una difícil relación de pareja. Un tira y afloja. Una escena de machismo. El hombre domina a la mujer. Al final la mujer claudica y el hombre empieza a desnudarse. 




Lagos y Coria protagonizan un espectacular paso a dos cante-baile por fandangos. Otro momento estelar de expresión y coreografía que dio paso a la salida, a golpe de trompetas y tambores de la imagen de La Fiera. El toro hispánico. Un audaz alarde de imaginación y osadía. Paula Comitre, con una polimórfica bata de cola con pies y los pechos al aire cubiertos solo por una abundante melena, camina con lentitud al centro del ruedo rojo. Se incorpora Rafael Ramírez y los dos se lucen por alegrías. Rafael las cierra con un diálogo de pies con Florencia y los dos se llevan a rastras a La Fiera. 





Escuchamos El prendimiento de Antoñito el Camborio y Juan Jiménez anuncia la llegada de otra institución ibérica, la imprescindible siesta. Lo hace a los sones del Preludio a la siesta de un fauno de Claude Debussy. Florencia, Paula, Maise y Rafael terminan tendidos en el suelo al borde del círculo rojo. 




Luego, los cuatro se levantan y forman una piña alrededor de David, que bebe vino de su bota. Un anticipo a la fiesta colectiva. Una memorable mariana, sin cabra pero con un derroche de ritmo y vida. 





Coria se descalza, pero no resiste la tentación de marcarle unos pasos a los fandangos finales de Lagos. 

¡Fandango! es una sorprendente alegoría en línea con la obra de Antonio Gades. Es hija también de la creatividad musical y la concepción sonora de la percusión electrónica de Daniel Muñoz, el saxo de Juan Jiménez y la guitarra de Alfredo Lagos, presentes con David Lagos desde el nacimiento de Hodierno

¡Fandango! se estrenó el pasado 26 de enero en el Teatro Nacional de Chaillot, como cierre de la Bienal de París. En la XXI edición de la de Sevilla ha obtenido el Giraldillo al Mejor Espectáculo, el Giraldillo Revelación para Paula Comitre y el Giraldillo al Toque de Acompañamiento para Alfredo Lagos. Enhorabuena a todos. 

                                                                                                                           José Luis Navarro