Tres sillas en el centro del escenario. Una para el cante,
otra para el toque y otra para el baile. José Valencia, Juan Requena y Pastora
Galván. Eso es el Flamenco, la esencia del flamenco. El Flamenco de ayer y el
Flamenco de hoy. Eso fue La edad de oro
que Israel Galván estrenó el 26 de febrero de 2005 y eso es La edad de oro que Pastora Galván volvió
a presentar anoche en el Teatro Central. Cante atrás —magnífico— y cante alante —magnífico—. Toque para baile —espléndido— y
guitarra de concierto —espléndida— y baile, baile y baile.
Pastora
se identifica con su hermano Israel. Pastora se transforma en su hermano
Israel. Pastora se pone los zapatos de su hermano Israel. Pastora rinde tributo
a su hermano Israel. Asume su estética. Reproduce su vocabulario. Gestos, pinceladas,
remates, movimientos que tienen nombre propio. Lo hace por derecho, con
convencimiento, sin ambages, desvergonzadamente. Hasta dos veces la vimos
adornarse la cabeza con los cinco dedos extendidos a modo de cresta o peineta. Eso
sí, aquí y allá, surgen, se le escapan, arranques propios. Era inevitable,
porque Israel es Israel y Pastora es Pastora.
Como
ocurría en La edad de oro de Israel,
Pastora cierra su versión con una bailaora que se hace su cantecito, un guitarrista
que se da su pataíta y un cantaor que se luce con las seis cuerdas.
Pastora
se hizo israeliana en 2006 con La
francesa y estrenó su Edad de oro
en la Bienal de 2018. Ahora la ha traído a “Flamenco viene del Sur”. ¿Qué
Pastora veremos mañana?, ¿Pastora-Pastora o Pastora-Israel? Es aún pronto para
decirlo.
José Luis Navarro