Miguel Flores “El Capullo” (Jerez, 1954) es un cantaor a la
vieja usanza. El hijo de Isabel La Moza aprendió a cantar escuchando a
Terremoto, Tío Borrico y La Paquera y ese es el cante que le gusta. El flamenco
que él ha mamado y vivido, el de siempre. Nada de exquisiteces o innovaciones
musicales. Un cante bravío y sin florituras. El cante jerezano de toda la vida.
El Capullo lleva más de 50 años en esto del Flamenco y le
sobran tablas. Poco a poco fue sintiéndose a gusto, hasta que se encontró
completamente a sus anchas en el escenario del Teatro Central. Aquello parecía
un tabanco jerezano de Santiago. Se levantó, soltó el micro y hasta se subió
por el patio de butacas. No es que tenga una voz precisamente atractiva, pero
le sobra poderío. Parece que llevase un micro incorporado a la garganta. Además, habla, canta, grita o gesticula ajustado
a un compás que forma parte de su manera de respirar. Y, sobre todo, derrocha
personalidad.
Empezó por tarantas, “Qué fuerza, qué poderío, cuando la
muerte nos llama”, “Dónde andará mi muchacho” y “Los pícaros tartaneros” —puso
también de “pícaros” a los pobres arrieros—, hizo una incursión a la
soleá y al fandango y cerró por martinetes. Fue la primera parte de su recital.
En la segunda, presentó su último disco, Mi
Música (Satélite K, 2019) y se entregó por completo al compás, bulerías,
tangos y rumbas y más bulerías, arropado a las mil maravillas por la guitarra
de Manuel Jero, las palmas de José Rubichi y Jesús Flores y la percusión de
José Peña. Estaba en su salsa. Hizo todo lo que sabe. Cantó su Himno de
Andalucía y repitió una y otra vez, “Que si no me quieres, yo tampoco te quiero
a ti”. Y no se olvidó de dar su poquito de ojana a Sevilla.
“Flamenco viene del Sur” empieza apostando por el cante de
ayer y Cajasol sigue sin decir esta boca es mía.
José Luis Navarro