ANITA DELGADO, PRINCESA DE KAPURTHALA (18)

 

Capítulo XVIII

El hijo y los viajes


El hijo de la española

EL palacio de Kapurthala vive una hora de fiesta y de júbilo. Ha nacido el hijo de Anita Delgado y del maharajah. Sangre andaluza y sangre oriental se funden en esa nueva sangre recién nacida. La nueva vida viene al mundo en la India. Pero allá, en España, cantan ahora las campanas de los templos andaluces celebrando esta fiesta del corazón. Las campanas de la Giralda y del Albaicín voltean alegremente, porque en la India ha nacido el hijo de una española. Porque la leyenda de amor y la fantasía de cuento oriental han cuajado en la carne palpitante y en el llanto pueril de una nueva vida.

España, la España novelesca y romántica que busca el que no se resigna al perfil vulgar de la vida diaria, emociona aún al mundo con este último capítulo. España—la romantic land de -que habló Byron—mantiene aún su penacho.

Mocitas suyas conquistan corazones lejanos y reinan sobre extrañas tierras. Cincuenta años antes había sido una granadina, Eugenia de Montijo, la que llegó al trono de Francia. Ahora, una malagueña, Anita Delgado, era princesa de Kapurthala. Más allá de los apegados a la pobre vida de todos los días, más allá de la frente que no sueña y del corazón que marcha a ras de tierra, España sabía aún mostrar al mundo el penacho de su leyenda de aipor.

Un hijo, en Kapurthala, del príncipe indio y la muchacha española. Cantan por su nacimiento, en España, los bronces y la plata de las campanas andaluzas.




La boda de Victoria Delgado

Mientras tanto, en Europa, Victoria Delgado, la hermana de la princesa, ha vivido también su novela de amor. Un millonario americano, Tomás Jorge Vinans, se prendó de ella en París, y se han casado. Para la muchacha que bailó en un tablado madrileño comienza una vida con todos los halagos. Moteles lujosos, grandes trasatlánticos, maletas con etiquetas de países distintos. Cuando el amor ve en torno suyo la abundancia, se siente más feliz. Victoria Delgado ve ya como un sueño aquellos días—tan cercanos aún en el tiempo y tan distantes en el corazón—en que las dos muchachas, en el piso alto de una humilde calle madrileña, contemplaban melancólicamente aquel abatido regresar del padre, tras la busca diaria y fatigosa de trabajo.

 Anita casada con un príncipe indio, y Victoria con un millonario americano. De nuevo en la paz de su retiro de Málaga, doña Candelaria Briones, la madre de las muchachas, puede sonreír, satisfecha del destino de sus hijas.

El nuevo palacio

La princesa inaugura el palacio que desde hace siete años se está construyendo en Kapurthala. En esa residencia, como el maharajah quería, no habrá sombra de pasado, recuerdo de ayer. Anita Delgado será la primera mujer que lo habite.

Lo han construido dos arquitectos franceses, y es como un Versalles en miniatura. Hay en él un lujo y una comodidad totalmente europeos. Se han tenido en cuenta los menores detalles para crear una residencia verdaderamente confortable. Es inaugurado con una serie de fiestas magnificas. Orquestas populares, bailarinas llegadas de las tierras en que es más bello el arte de la danza, representaciones teatrales. A los actos de inauguración del palacio nuevo asisten los príncipes de varios Estados indios. Vienen también algunas personalidades europeas. De los labios de todos surge el elogio a la belleza de esta española que sonríe vestida con un espléndido traje oriental de corte.

Camino de Odaipur

De todo el encanto exótico del nuevo ambiente en que vive Anita Delgado, lo que más seduce a la muchacha es viajar. Conoce perfectamente todo Kapurthala. Y a medida que el hijo crece y son menos los cuidados que el chiquitín requiere, la española puede entregarse con más desembarazo a ese gozo de viajar. La India ofrece a los ojos curiosos del viajero una inagotable cantidad de emociones: paisaje, arte y leyenda en continuo e impresionante maridaje. Un día, los príncipes marchan a Odaipur, otro de los Estados de la India. Van, con su séquito, en un vagón privado de ferrocarril. Salen de Jullundur una tarde seca y clara de febrero de 1913. Toda la noche en el tren. A las seis de la tarde siguiente llegan a Rutlam, donde cambian tren en dirección a Odaipur.

Otra noche de viaje. Por la mañana, por fin, tras un paisaje árido y polvoriento, Odaipur. Un oficial del maharaná de este Estado les está esperando, en nombre de él. Los acompaña en coche hasta la residencia que el maharaná ha puesto a disposición de los viajeros para el tiempo que dure su estancia allí. Es un edificio confortable, de mobiliario muy simple.

Aullidos en la noche

Los príncipes de Kapurthala se asoman a los balcones de esta habitual residencia suya de Odaipur. Tienen ante sí un paisaje de extraña belleza. Montañas blancas, resecas, quemadas por el sol, que se reflejan en las bellas aguas quietas y verdosas de un lago artificial—llamado Satch-Sagar—, que hay al pie del edificio. En la áspera y grave naturaleza de Odaipur, este lago es como una pausa de frescor.

Esa primera noche en la capital del nuevo Estado es para los príncipes de Kapurthala muy desagradable. Los mosquitos zumbaban constantemente. Fallaban todas las previsiones para evitar su entrada en las estancias. Comenzaban ya a descansar los príncipes, y un griterío agudo, desgarrador, les sobresaltó de nuevo. Eran los chacales, cuyo aullido no dejó ya de oírse en toda la noche. Solamente cuando empezó la claridad, al amanecer, calló su lamento largo y lúgubre.

—Son los chacales, sí—les dijeron, a la mañana—. ¿No conocen ustedes la leyenda del emperador mogol de Delhi?

Y Anita Delgado puso una expresión infantil al escuchar el relato de una vieja leyenda de chacales.

La leyenda de los chacales

El maharaná de Odaipur empezó a contar:

—Fue hace mucho tiempo... Un emperador mogol de Delhi se despertó sobresaltadamente una noche, los chacales lanzaban en el gran silencio nocturno sus aullidos quejumbrosos.

El emperador no sabía de dónde procedían, aquellos gritos. Llamó enseguida a uno de sus ministros.

—¿Quién se atreve a gritar a esta hora? Es imposible descansar con esos chillidos...

—Señor—respondió el criado—, son chacales que no tienen qué comer ni con qué vestirse. Por eso imploran vuestra bondad. Piden que Vuestra Majestad les ayude y les alivie en su miseria ...

—Está bien—-fue la respuesta del emperador—. Mañana te enviaré dinero para que les distribuyas vestidos y comida. Así quedarán satisfechos.

Aquello había salido mucho mejor de lo que el ministro hubiese podido esperar. He aquí que su improvisada respuesta le iba a proporcionar un beneficio imprevisto. A la noche siguiente, el emperador fue otra vez despertado por los mismos gritos. Los chacales seguían aullando. El emperador volvió a llamar a su ministro.

—¿Cómo es—le habló, indignado— que no se han cumplido mis órdenes? ¿No te di el dinero bastante para socorrer a esos pobres animales, que tanta lástima te inspiraban anoche?

No se inmutó el ministro. Y respondió, con una gran seguridad: —Yo lamento, señor, vuestra cólera: pero no tenéis razón para reprocharme nada. Ese aullido de los chacales significa que éstos, en muestra de gratitud, vienen a demostraros su afecto y su respeto.

El emperador se contentó con la explicación, y el ministro pudo salir airosamente del trance en que le habían colocado los gritos de los chacales.

                                                                                    JOSÉ MONTERO ALONSO