Capítulo III
La primera vez que Anita Delgado
ve al maharajah de Kapurthala
El idilio del rey
MADRID) va conociendo en aquella primavera de 1906 detalles
curiosos del idilio regio, nacido en Biarritz, en la Villa Mouriscol. El rey—un
mozo espigado y sonriente de veinte años—está ahora en Inglaterra con la
princesa Ena de Battemberg, su prometida. Mientras en Madrid se preparan los
detalles de la boda, los novios viven horas felices bajo el fino cielo inglés.
Un día, el rey visita un submarino en Portsmouth. Cuando
vuelve a cubierta, su cara está llena de la grasa del interior del buque. Y es
la princesa Ena la que con su pañuelo le limpia el rostro, mientras ríen los
que contemplan la escena. Mientras, ríe, sobre todo, él, feliz al sentir el
pañuelo de la novia sobre la cara manchada.
Otro día, es la visita a la casa del poeta Tennyson.
Muebles, libros y objetos llenos de la emoción gloriosa y melancólica del
escritor, que vivió y creó entre aquellas paredes, bajo aquel techo. El encanto
romántico de los versos de Tennyson pasa por el corazón de los novios, al
conjuro de aquellas estancias en las que palpita, como un recuerdo misterioso,
el alma del poeta inglés.
Los estudiantes españoles que siguen sus estudios en Burdeos
tienen un bello gesto sentimental: quieren comprar la Villa Mouriscot, la finca
de Biarritz en que el rey habló de amor la primera vez a la princesa Ena. Ya
que aquel trozo de tierra no pueda ser español, que sea, por lo menos,
propiedad de españoles. Los estudiantes quieren adquirirlo, para ofrecérselo
después al rey que se va a casar.
Cuando los
republicanos se unieron a los tradicionalistas, en la víspera de las bodas
reales
Hay en tanto marejada política, en torno especialmente de la
ley de Jurisdicciones (sometimiento al fuero militar de los delitos contra la
patria y contra el ejército). Gobierna Moret, y es el conde de Romanones
ministro de la Gobernación. Aquella ley de Jurisdicciones ha sido aprobada el
20 de Marzo. Contra ella se unen las fuerzas de oposición al régimen, desde los
republicanos a los carlistas. La Lliga Regionalista es la promotora de la
unión. Romanones marcha a Barcelona, y al regresar trae un informe en el que
estudia las posibilidades de una amplia descentralización administrativa.
Desfila por Barcelona una gran manifestación, organizada por Solidaridad
Catalana, que así se rotula el bloque entonces formado. Se abrazan Salmerón,
jefe desengañado de la Unión Republicana; el duque de Solferino, jefe del
tradicionalismo catalán, y Rusiñol, figura de la Lliga. Sólo el Partido
Radical, dirigido por Lerroux, es el que en Barcelona no se incorpora al bloque.
Aquel mismo día en que la manifestación se celebra—el 20 de Mayo—, Lerroux
habla en un mitin en Cartagena, acusando de débil a Salmerón, señalando el
peligro separatista y reclamando para sí la bandera del
republicanismo unitario.
Rodrigo Soriano—agudo y combativo—funda en Madrid un nuevo
diario republicano España Nueva.
Moret quiere el decreto de disolución de Cortes. Desfila la manifestación
obrera del primero de Mayo. Todo ello agita el ambiente político en las
vísperas de las bodas reales. La crisis está latente. Pero se aplaza—se dice—.
entre otros motivos, porque las señoras de los ministros se han encargado ya
sus vestidos para la gran ceremonia que se acerca. Y no es cosa de que los
trajes de gala queden sin estrenar...
Anita y Victoria
Delgado, en una academia de baile
Decididas a trabajar como bailarinas en el teatro, vencida o
reducida la oposición paternal, Victoria y Anita Delgado asisten a una academia
particular para aprender los bailes que han de llevar luego al escenario. Esa
Academia es de una madre y su hija. Victoria y Anita ensayan afanosamente, para
poder trabajar enseguida y llevar a casa algunas monedas. La situación del
hogar sigue siendo comprometida.
Las dos muchachas ensayan todos los días. Taconeo y palillos.
Su afición, su deseo de trabajar pronto, les lleva a dominar enseguida algunos
bailes. A aquella academia va también otra muchacha delgada, espigada, de voz
fina, de ágil y seguro instinto del baile. Tiene un nombre vulgar: Encarnación
Lopez.. Más adelante, hará popular el nombre de la Argentinita.
«Las hermanos
Camelias»
Cuando hablan entre sí las dos muchachas les desborda la
ilusionada alegría de poder trabajar y ayudar a su casa.
—jYa verá qué alegría cuando entreguemos nuestro primer
dinero!
Ensayan presurosamente algunos bailes andaluces, que les
traen a Madrid el recuerdo de la Málaga de su infancia. De las dos hermanas,
Victoria, la mayor, es la más pequeña de estatura. Muy bonita, alegre y vivaz.
Anita, la menor, es más callada. Alta, morena clara, pelo muy negro, ojos
grandes, negros y profundos.
Tienen un día la oportunidad de poder trabajar en Madrid.
Consiguen una actuación en el Central-Kursaal. Harán sus bailes andaluces y
cobrarán al día siete pesetas con cincuenta céntimos.
Las muchachas palmotean de júbilo.
Y no por el baile y por la vida de teatro, sino porque ello significa una ayuda para el hogar. Dejará de ser angustioso un problema que tantas veces les ensombrecía las horas.
Un día se ven anunciadas en las carteleras del
Ceutral-Kursaal: Las hermanas Camelias.
El Central-Kursaal:
de las danzas de «Mata-Hari» a los cuplés de la «Fornarina»
El Central-Kursaal está en la calle de Tetuán, cercano al
mercado del Carmen. Es un local de gran amplitud. Por las tardes es un frontón
para jugar a la pelota. Por las noches se convierte en una sala de variedades.
Acabados los partidos de pelota, se coloca un escenario en
uno de los lados del frontón. La mitad de la cancha se llena con filas de butacas.
La otra mitad queda convertida en café, con sillas y mesas. La gran cabida del
local permite que las localidades sean muy baratas. Por una peseta se puede ver
a las figuras principales del género que entonces se llama «ínfimo».
Por el Central-Kursaal desfilan las mujeres más bellas de las variedades. La bella Belén, Pilar Monterde, las Esmeraldas. Pastora Imperio, con sus bailes gitanos, y la Argentina, con el prodigio de sus danzas. Mata-Hari—lejano aún el drama del espionaje—trenza sobre el tablado la gracia voluptuosa de sus danzas orientales. Cantan Candelaria Medina y la Malaguita. Liane d'Eve dice en francés la Tonkinoise. Pilar Cohén se busca la pulga y Pepita Sevilla baila picarescamente un tango. Fomarina — rubia, graciosa, ingenua...—canta Don Nicanor, Fru-Fru, Aventuras de don Procopio en París. En Madrid se hacen populares los cuplés de aquella muchacha que de modista y modelo había sabido ascender a artista aplaudida ya en escenarios de Europa...
El buen señor
es un conquistador
Brillo y verdad de la vida del teatro
Las hermanas Camelias han empezado a trabajar. Su número es el primero del programa. La función empieza en el Kursaal a las nueve de la noche. Victoria y Anita Delgado interpretan tres bailes: unas sevillanas, un bolero y unos caracoles.
Ya están las muchachas dentro de la vida del teatro. Contentas, porque aquello significa cierta tranquilidad económica para su casa. Pero, al mismo tiempo, con cierta pena secreta porque su espíritu de muchachas que apenas se han asomado a la vida choca con el ambiente de entre bastidores, lleno de marrullerías, de vanidades, de pasiones menudas y pobres. El teatro es bello visto desde fuera. Pero conocer su intimidad es desencantarse. Para Victoria y Anita Delgado, provincianitas que nunca habían salido de su rincón malagueño, aquel ambiente es un contraste demasiado brusco. Muchas veces, ante aquella ruindad del teatro visto por dentro, en sus bastidores y su verdad, a los ojos de las dos muchachas pugnan por asomar las lágrimas.
Fuera del paseo diario hasta el Kursaal, apenas salen de casa. Cuando lo hacen es siempre con la madre. Como el número de las dos bailarinas es el primero del programa, acaban pronto su trabajo. Todas las noches, a las diez y media Las hermanas Camelias regresan a casa con la madre.
Una escena de folletín en la Puerta del Sol
Madrid, en tanto, se va llenando de animación nueva por la
boda cercana del rey. Los periódicos traen a diario noticias del inmediato
acontecimiento. Se preparan festejos populares, y toda España es un latido jubiloso
y emocionado ante el gran día que se acerca.
Hay patines, cinematógrafo, lawn-tennis y broquet en el Recreo Salamanca. Hay cine también en el Olimpia Cinematograph: «películas recibidas directamente del Extranjero, artísticas y de una gran novedad». Paderevsky toca en la Comedia. En Apolo se ponen El pobre Valbuena y El puñao de rosas. En el Gran Teatro, El dúo de la Africana, El monaguillo, Bohemios, Las campanadas...
Son los días de la elegancia de Antonio Fuentes, del valor
de Machaquito y de la sonrisa de Bombita. Torean con ellos Quinito, Mazzantinito, Regaterín, Bienvenida, Algabeño... Como novilleros actúan en Tetuán Hablapoco y Pajarero. «En
el segundo novillo—dicen los carteles—ejecutará su arriesgado ejercicio don Tancredo
López.»
En plena Puerta del Sol, una noche de primavera, da a luz
una mujer, junto a-la farola central. Se llama Carmen Vega, e iba, con su
marido, camino de casa.
Se sintió mala al desembocar por la calle de Carretas, y al
llegar al centro de la plaza cayó al suelo. EI primer llanto de una nueva vida
se oye allí, junto a la farola central, entre un corro sentimental de
transeúntes, bajo la luz de los mecheros del alumbrado. Hay un ruido metálico
de tranvías, un clamor de pregones. Los golfos acuden, y por el ánimo de todos
cruza una emoción de folletín.
El rey está ya en España. El maestro Bretón ha compuesto la
Marcha nupcial para el regio enlace. Todas las grandes calles madrileñas se
disponen a competir en el adorno.
Sobaquillo, desde las columnas de la Prensa, habla de los
petos que se podrían poner a los caballos para hacer menos cruel el tercio de
varas en las corridas de toros. Para la presidencia de la Comisión que ha de
entender y dictaminar sobre ello se propone a Luis Mazzantini. Y Mazzantini,
favorable a los petos, no acepta, sin embargo, esa presidencia, porque entiende
que debe ir al señor gobernador.
Las primeras lágrimas
y el primer encuentro
Un día, Anita Delgado recibe en el teatro la visita de un
hombre desconocido para ella: es el secretario del intérprete de uno de esos
personajes extranjeros que están llegando a Madrid para asistir a la boda del
rey. En nombre de ese personaje, aquel hombre ofrece a Anita una cantidad de
importancia. La muchacha comprende lo que aquello quiere decir. Y rechaza
indignada al emisario.
Cuando después se ve a solas, llora amargamente. Son sus
primeras lágrimas de mujer. De mujer que se siente herida, tratada como una
mercancía. Siente sobre sí todo el dolor de la villa del teatro, que hace
posibles esos pensamientos y esas ofertas. Las lágrimas—lágrimas de unos diez y
seis años que de pronto se encuentran en un recodo de la vida, ante el dolor y
la crueldad del mundo—queman la fina piel morena.
Al día siguiente, a las cuatro y media de la tarde, Anita, con los suyos, como otros días, va al Central-Kursaal para presenciar el partido de pelota. Juega un excelente pelotari, El Chiquito, que tiene numerosos partidarios entre el público del Frontón. Anita y Victoria van a Verle jugar esa tarde.
Al llegar a la puerta del local ven parado junto a ella un
coche de dos caballos. En él, un hombre de piel obscura, tostada, de bigotes y
barba breve, negrísimos, de ojos grandes, fulgurantes, con un gran turbante en
la cabeza. Una mirada fuerte, dominadora, de aquellos ojos como febriles se
clava en los ojos cándidos de Anita. La muchacha, ante la penetrante mirada, se
asusta. Presurosa, nerviosa, se aleja del lugar.
Instantes después se acerca a la taquilla. Y ve ante ella, otra vez, a aquel hombre de la piel morena, de los ojos dominadores y del turbante. Él la mira otra vez, con una mirada fulgurante, hecha de fuerza y de fuego.
La muchacha se asusta de nuevo. Aquellos ojos le imponen.
Casi tiene que reprimir un grito. Se separa de la taquilla, y entra corriendo
en el Kursaal. Huye, como si detrás de ella fuese alguien persiguiéndola. Llega
a su cuarto y se desploma sobre una silla. Está nerviosa, alterada. Hasta tal
punto, que el empresario, que estaba cerca, la siente llegar de aquel modo
desacostumbrado y llega hasta el cuarto. La ve asustada, trémula, reflejada en
el rostro una extraña sensación.
—Pero, criatura, ¿qué te ha pasado?