Los versos de José Prada

 

JOSÉ PRADA: UNA POÉTICA AUTÉNTICAMENTE POPULAR

José Prada de los Santos nace en Aznalcóllar (Sevilla) el 9 de agosto de 1940 en el seno de una familia de campesinos. Hasta los diecisiete años estuvo trabajando en las labores del campo y la ganadería. Durante muchos años, ya residente en Sevilla, ha trabajado como obrero en la industria de la capital. Desde hace unos años está jubilado. Ha obtenido el premio de letras flamencas de la Asociación de Andalucía en Barakaldo (Vizcaya), en cuyo libro con los premiados han aparecido sus poemas. Es coautor del libro De la tierra al aire, colección de coplas flamencas editadas en 1992 por Gallo de Vidrio, Fundación Machado y la editorial sevillana Alfar. Y ya en 2022 una selección de sus letras aparece en el libro El mirador de doña Elvira. Cincuentenario de Gallo de Vidrio (Sevilla, 1972-2022). Muchas de ellas han sido grabadas en disco por El Cabrero, Andrés Montero, El Chozas, Rufo de Santiponce, Manolito el de Triana, Aires de Primavera, Niño de Arahal y Tina Pavón. Él mismo se ha atrevido con el cante, sien[1]do conocido en los ambientes peñísticos sevillanos como “Niño de Angelita”.



La colección de cantes flamencos que reúne en De Cerro a Cerro José Prada recibe este título porque su autor pasó de vivir durante su infancia en el Cerro de la Casilla, en su pueblo, a residir en la barriada del Cerro del Águila en Sevilla. Una de sus letras alude a este hecho:

Nunca te podré olvidar,

Aznalcóllar, qué te quiero,

nunca te podré olvidar,

desde que vivo en Sevilla

no me dejo de acordar del Cerro de la Casilla.

Esta obra sigue la senda de la de Demófilo. Por ello, podemos calificar su poesía y su poética como genuina, auténticamente popular. Su aire, su composición, su lenguaje, su fondo se confunden con los anónimos recogidos y publicados por el padre de los Machado en 1881. Queremos decir que podrían intercambiarse sin ninguna dificultad. El propio lector puede apreciarlo comparando las de la citada colección de letras anó[1]nimas y éstas otras de nuestro autor: “Me sobra la voluntad, / pero me falta el dinero / que es como no tener na”; “No seas tan desconfiá / y deja la puerta abierta / que no te voy a robar”; “Ya no te voy a hablar más, / con eso no te molestas / en tener que contestar”, “Por culpa de una mujer / como un niño he llorao / y lloraría otra vez / y no estoy avergonzao”; “Que día más malo / el que pasé yo, / cómo lloraban mi hermana y hermanos / abrazaos tos”; etc.

Prada es un hombre de pueblo y del pueblo. Ha nacido en una pequeña localidad sevillana, andaluza, en Aznalcóllar, patria chica también de los cantaores Pepe Aznalcóllar, Luis Caballero y El Cabrero. Y ha trabajado toda su vida en el campo y luego en la capital en una fábrica. Su formación académica es elemental, sus estudios escasos, pero es de los grandes hombres que tienen, como dijo García Lorca de Manuel Torre, “cultura en la sangre”. Prada es un hombre culto, en efecto, si por ello se entiende, sin petulancias librescas, persona preocupada por la música, por la poesía, por el arte. Y no sólo lo es como receptor, sino como emisor y creador: toca la guitarra, canta como aficionado, le gusta pintar cuadros y, como demuestra con este libro, escribe magníficos poemas, excelentes coplas flamencas.

Aborda los temas fundamentales de la poesía universal -culta o popular- con la mayor variedad, naturalidad, precisión y hondura. En tres, cuatro o cinco versos es capaz de sintetizar un mensaje poético redondo, perfecto, seguro de convencer y sensibilizar al lector. Más aún si estos versos -tercios- son llevados al cante, su destino natural no complementario sino esencial, casi imprescindible. Destacaríamos tres asuntos fundamentales en su lírica: el amor, la muerte y la denuncia de la injusticia social, aunque no faltan otros como lo religioso, lo filosófico, la amistad, Andalucía, etc.

Veamos algunas muestras que nos han llegado especialmente. En el amor recorre el arco que va desde la distensión de la bambera, cante de columpio y piropo, hasta la tensión de la entrega amorosa o el desamor (por estilos como bulerías, soleares, seguiriyas…):

Cada vez que se pasea

alas parece su pelo

y el perfume que te deja

huele mejor que el romero

y el tomillo de la sierra.

 

Yo canto por no llorar

y así me alivio las penas

que tú me haces pasar.

 

Ya no te voy a hablar más,

con eso no te molestas

en tener que contestar.

 

Quererte es mi enfermedad

y me han dicho los doctores

 que no me pueden curar.

 

Por culpa de una mujer

como un niño he llorao

y lloraría otra vez

y no estoy avergonzao.

 

Compañera te doy,

no te doy esclava,

eso me dijo el cura en la iglesia

cuando nos casaba.

El paso del tiempo y su correlato, la muerte, no pueden faltar en cualquier colección de cantes. Prada logra estremecernos con belleza con coplas como éstas, centradas en el dolor y la falta de la madre, del padre o de la amada, por fandangos, seguiriyas…:

Muerte,

un día en un hospital

me peleé con la muerte

y aunque le pude ganar me dijo:

“Ya vendré a verte

y sabrás quién puede más”.

 

 Llamaba,

a la madre de mis hijos

con qué ansia le llamaba:

“mujer, no me dejes solo,

quédate junto a mi cama,

que eres mi mayor tesoro”.

 

Se murió mi padre

 y yo guardé el luto,

mi madre la pena

llantos y disgustos.

 

Que día más malo

el que pasé yo,

cómo lloraban mi hermana y hermanos

abrazaos tos.

Y el tercero apuntado, la denuncia de la injusticia y de la pobreza, es crucial en su visión del mundo -por su propia experiencia y por su sentimiento de solidaridad natural- y un pilar irrenunciable en su visión poética, la necesidad de la poesía -y el cante como vehículo de crítica social, de deseo de un mundo mejor, de señalar con el dedo las llagas de la sociedad. El campesino y el minero son buenos ejemplos de la secular humillación a la que se ha sometido al obrero:

Pa sacarles sus tesoros

el hombre escarba la tierra,

pa sacarles sus tesoros,

habiendo tanta miseria,

después que han sacao el oro

se lo gastan en las guerras.

 

A ver si encuentran un filón,

 escarba minero, escarba,

 a ver si encuentran un filón,

porque dice el ingeniero

que aunque sea de carbón

él lo convierte en dinero.

 

Por un trozo de metal

cambia el minero sus días,

por un trozo de metal,

 lleva en su cuerpo la herida

que le han dejao al pasar

los años enterrao en vida.

 

Llegar,

cada vez hay más paraos,

dónde vamos a llegar,

el pobre es tan desgraciao

que no tiene ni un jorná

pa poder vivir honrao.

 

Peor,

si el invierno o el verano

no sé que será peor,

el invierno por el frío

y en el verano el calor,

pobre el que pobre ha nacío.

 

Con las palmas que he segao

y no tengo ni una escoba,

mira si soy desgraciao.

 

Sembrando,

el aire te quema segando,

te abrasa el sol

y eso es lo que el pobre hereda:

hambre, fatiga y sudor.

 

Lo mismo que a las hormigas

comparo a los ricos yo,

que se llevan las espigas

del grano que otro sembró.

Y todos estos temas están expresados, como decíamos, con una sencillez ejemplar, con chispazos becquerianos. Con palabras que ha aprendido más en la vida que en los libros, con unas formas estróficas asimiladas de forma natural a través del cante flamenco. Con una capacidad de comunicación y síntesis, en fin, sólo semejante a la lograda, tantas veces, por el pueblo, en sus mil formas orales, anónimas y tradicionales. Lo dice en una de sus letras con ese humor y esa agudeza campechana que le caracteriza:

Yo escribo burro con “v”

y pongo vino con “b”,

el arriero me entiende

y los borrachos también.

José Prada ve por fin publicadas sus coplas flamencas, sus poemas de alma y del alma. Así se le hace justicia, pues siempre lo hemos considerado como uno de los mejores letristas para el cante, si no el mejor. Por fortuna, estos versos, cantados por algunos notables artistas como Tina Pavón, El Chozas, Rufo de Santiponce o El Cabrero, entre otros, son ya, como quería Manuel Machado, eternos en boca del pueblo. Del pueblo brotaron y al pueblo regresan cargados de belleza y autenticidad. Se cierra el ciclo. José Prada tiene su antología publicada y todos un tesoro.

                                                 José Cenizo Jiménez,

                                            Doctor en Filología Hispánica