EL TURRY
Gratísima sorpresa la otra noche, que nos permitió conocer a un importante cantaor granaíno, El Turry, muy desconocido aún por estos lares, pero con una rotundidad cantaora incuestionable. Sabe respirar, colocar la voz, imprimir fuerza a los bajos, sostener bien los agudos, con una perfecta afinación y una sensibilidad melódica no muy común. Hace música y compone muchas de sus letras con toda la herencia de su familia y entorno granaíno, además de recoger la sabiduría de Enrique Morente y hacer propio el “concepto de cante” de otro joven maestro, Segundo Falcón, que estuvo presente en el recital. Todo un honor. Gracias por tanto respeto al cante.
Comenzó el Turry calentando la voz con unas milongas-vidalitas con muchos matices propios, actualizando el legado de El Pena hijo, Escacena y Pepe Marchena.
Por soleares hizo los estilos de El Portugués que nos trasmitió el gran Cobitos, como si ya fueran las soleares de Graná. Para cantarlas hay que colocar el corazón en terrenos muy íntimos.
Continuó por cantiñas, con claro sabor a Morente, el estilo de la Juanaca (”Cómpreme usted una levita”) y una cantiña creación de Sorderita (“Me llama, me llama”), ya incorporada a la memoria de los buenos aficionados.
Luego, una serrana, que termina con el macho de María Borrico, en la que el Turry nos recuerda el origen de las guerras (“Guerras por intereses, maldito mundo, maldito”); un tema muy bien compuesto, con letra propia y muchos matices del maestro Falcón.
Después el Turry nos cantó unas sevillanas ─un palo muy poco frecuente en recitales flamencos─ con un guiño a Isidro Muñoz, algunas de Lorca-Alchero (“La niña vino a la fragua”) –que pasó del conocido compás de tanguillos de Cádiz al de sevillanas, aflamencándolo todo con un aroma muy camaronero.
Por fandangos tuvo presente a El Gloria y rindió pleitesía a Paco Toronjo.
En los tangos, como no podría ser de otra manera, juega en casa, acordándose de Graná, haciendo un recorrido por los Tangos del Camino, los de la Sierra de Palomares y las creaciones de Enrique Morente con letra de Manuel Machado (“Mi pena es mu mala porque es una pena…”).
Un recital rotundo, con poder y gran musicalidad con un trabajo muy coherente de la guitarra de Marcos Palometas y las percusiones de José Cortés “El indio” y de Michel Cheyenne.
JOSE DE LA TOMASA
La segunda parte del concierto estuvo dedicado a una gran figura ─ya patrimonio flamenco donde lo haya─ que se prodiga (o es demandado) menos de lo que desearíamos: el maestro José de la Tomasa. Maestro porque nos enseña y recuerda qué debe ser y cómo se vive en cante. Cante valiente, que no es “aprendío”, sino asimilado; que no es repetido sino que es buscado y peleado en el momento, desde lo más interno y personal de cada uno, algo que no sabemos nunca por dónde nos va a salir. Por ello, cada momento de cante de José de la Tomasa viene precedido de un hálito de expectación, de una sensación de estar ante un vacío que tendrá que ser construido sobre la marcha.
Con sabiduría, templa el recital con unas tarantas mineras, recreándose en el recuerdo de Chacón, Marchena y Pies Plomo y termina con el fandango del Niño de Cabra.
Se mete en unas alegrías con muchísimo sabor gaditano, recordándonos a Aurelio Sellés y a Manolo Vargas.
¡Viva la Alamea¡ se jalea antes de entrar en las soleares, invocando la presencia de la memoria de su familia (su pare, Pies Plomo, y su mare, La Tomasa) y de su barrio. Nosotros nos acordamos de Eduardo el de la Malena. Hizo José un recorrido por las de Alcalá (varios estilos de Joaquín el de la Paula), de la Serneta, de la Andonda, de Frijones y del Chozas. Con una manera absolutamente personal de mecer el cante, se estira en los tonos altos, lastima en las recogidas y se recrea en los tonos intermedios. Su cante produce el vértigo de lo irrepetible, de lo que está por hacer, por venir.
Por seguiriyas, José tiene presente el estilo de El Nitri, Manuel y Pepe Torres, El Viejo la Isla, Paco la Luz… con letras propias y una sensibilidad con sabor local de la Alameda.
“Estoy muy contento que esto no se haya llenao, porque hace mucho calor…” nos dice con sabia e irónica guasa flamenca.
En las preciosas bulerías romanceadas nos sitúa en Lebrija, con Antonio Mairena y ese aire rítmico tan de la tierra... Recordamos y echamos de menos al gran Pedro Bacán.
Termina el recital con unos fandangos de El Bizco Amate, con letras y tonos que retuercen el alma.
La guitarra de José Gálvez, muy flamenca, muy jerezana, obligó a un inesperado y a veces sorprendente diálogo, resuelto con soltura por ambos artistas.
Un recital para cabales ─entre el público, un gran aficionado al cante, el maestro bailaor Andrés Marín─, casi en la intimidad, en el que José volvió a sentirse cantaor y en la que nosotros volvimos a sentir sensaciones flamencas que ya no se prodigan.
José ha recogido la herencia de los suyos (sus pares y abuelos) y afortunadamente hoy sabemos que está en buenas manos y la defienden su hijo Gabriel y su nieto Manuel.
¡Qué alegría¡ ¡Mucha salud y muchos años, maestro¡
Manuel Alcántara