“Al fondo de riela” (lo otro de uno) es otra cara de la investigación sobre las relaciones del baile con la guitarra en la que Rocío está inmersa. Continuación de una búsqueda experimental iniciada en “Inicio (uno)” y todavía incompleta. Rocío mira dentro de sí, rebusca en su interior. Escucha la música de dos guitarras. Y responde. Un diálogo abierto y en principio imprevisible. Dos guitarras con personalidades bien definidas y distintas. Eduardo Trassierra, sevillano de Valverde del Río, y Yerai Cortés, alicantino de raíces andaluzas. Una guitarra íntima y una guitarra juguetona. Aquí y allá unos acordes de Amarguras recuerdan al maestro. Los tres se ensartan en un diálogo fértil y logran momentos de una belleza resplandeciente ─ese riela que titula su encuentro─.
Eduardo y Rocío paran el tiempo con notas cargadas de lentitud y pasos morosos. Eduardo guía y Rocío camina. Predomina el negro y el brillo. Suelo negro. Vestido negro. Les envuelve un paisaje espectral, misterioso. Luego, Rocío se pone un sombrero, negro, brillante, que le cubre el rostro y nos atrapa y encandila con una sorprendente farruca ─para mí lo mejor de la noche─.
Sigue con dos guitarras para el baile de Rocío. Ella va de
una a otra. Desgrana toda una galería de recursos coreográficos, sin que falte
el llamativo cambré a lo flamenco. Exploran juntos el compás de 12 tiempos a
distintos ritmos. Baila la soleá. Después un diálogo entre guitarras.
Amanece. Manda el azul. Yerai se queda solo. Hay retazos de
diversos acordes, incluido ese andaluz “Anda jaleo, jaleo”. Rocío se pone una
bata de cola. La mueve a lo antiguo. A ras de suelo. Revive el abanico de
mudanzas clásicas. Baile y guitarra cara a cara.
Cierran los tres con Rocío vestida con un traje estampado de
tonos rojos y la cabeza cubierta. ¿Una
alusión a ese maldito covid? Así lo interpretamos. Y cae el telón.
José Luis Navarro