Concha Buika (Palma de Mallorca, 1972) derrochó personalidad en el escenario del Maestranza. Su voz, espléndida, poderosa, es hija de cuanto es y cuanto ha vivido. Tiene resonancias africanas porque las raíces de la cantante se hunden en tierras bubis —su padre llegó a España huido de Guinea Ecuatorial—. Tiene ese desgarrado sonido gitano porque nació y se crio conviviendo con los calés que abundaban en Son Gotlen, el barrio de Palma de Mallorca donde ella vivía. A veces la inunda la tristeza del blues y aquí y allá se asoman esporádicamente ecos del legendario Louis Armstrong. Es una voz que grita, gime y dialoga. No es de extrañar que el guitarrista mexicano Carlos Santana se enamorase de ella y se la llevase para su álbum “Africa speaks” (Habla África) —Otros músicos atrapados también por esa voz son, por citar algunos, Pat Metheny, Bebo, Chucho Valdés, Chick Corea, Miguel Poveda, José Luis Perales y Armando Manzanero—. Lástima que anoche no se prestase toda la atención que el sonido merece —en demasiadas ocasiones distorsionaba su voz y en otros su grupo se la comía—.
Fue un éxito más en un camino que ya ha pasado por el Teatro de la Zarzuela madrileño y el Carnagie Hall y el Central Park neoyorquinos y que tiene en su haber varias nominaciones a los Premios Grammy y un Disco de Oro por su álbum Mi niña Lola.
José Luis Navarro
Fotos: Cortesía del Maestranza