Se apagan las luces y Rocío Márquez, con solo la iluminación
precisa, recita-canta a lo Pepe Marchena sentimientos, inquietudes y temores
sociales, “¿Cómo se puede pensar en soñar si hace tiempo que los sueños dejaron
de ser ya nuestros?, ¿Cómo se puede pensar…?, ¿cómo se puede pensar…? Preguntas
que terminan con un quejío musical que pone los vellos de punta.
Sobre el escenario del Maestranza, convertido en el
mercadillo del Jueves de la calle Feria, Rocío sigue recordando discos y
cassettes de los que allí se venden y se compran cada semana. Se queja, como
hacía El Turronero, de atropellos y tropelías, “Sentrañas mías, cómo me duelen
el alma las cosas de Andalucía”. Hace la mariana de José Menese, “Trigo amargo” de Vallejo y “Luz de luna” de
El Cabrero. Le acompañan la guitarra de Canito, autor de los arreglos, y la
batería de Agustín Diassera.
Cruza los mares, camino de las Américas, mientras Leonor
Leal baila el Vito y el Anda jaleo lorquiano con el piano de Daniel B. Marente,
los saxos de Juan Manuel Jiménez y la percusión de Antonio Moreno. Llegada a la
metafórica Nueva Orleans y metida de lleno en territorio del jazz, Rocío canta
la minera y los fandangos de Huelva que hacía en Firmamento y “Vivo sin vivir en mí” de Teresa de Ávila. Es la misma
queja dolorida del primer blues. Cierra este viaje con sones asturianos y vuelve
a escena Leonor Leal para cerrar el recuerdo a Asturias con una farruca. Otro
derroche de elegancia e imaginación.
Para cerrar este fastuoso recital, Rocío regresa al flamenco
clásico, al que la enamoró de jovencita. Lo hace, acompañada de la guitarra de
Manuel Herrera y las palmas de Los Mellis, con petenera, guajira, caracoles y seguiriyas.
Rocío hizo gala de una voz poderosa y privilegiada, capaz de
subir a los cielos en los agudos y bajar a ras de tierra en los graves. Un
recital fastuoso y un sueño cumplido. Ese sueño que tenía cuando paseaba
quinceañera frente al Teatro de la Maestranza de poder un día subirse a sus
tablas para cantar flamenco. Y ahora, una vez que ya se ha asomado al mundo del
Jazz, seguro que la esperan impacientes en Vitoria-Gasteiz y Montreux.
José Luis Navarro