Teatro de la Maestranza, 12 de septiembre.
“Dicen que todo pasa y todo queda, pero lo nuestro es pasar”
Vicente Amigo en concierto
Vicente Amigo, guitarra.
Antonio Fernández Perona, “Añil”, guitarra.
Francisco González Agudo, percusión.
Rafael Usaro Vilches “Rafael de Utrera”, cantaor.
Manuel y Antonio Montes Saavedra, cante y percusión.
José Manuel Posada “Popo”, bajo.
Antonio Molina Redondo, “El Choro·, baile.
Había expectación por escuchar de nuevo a Vicente, recordando al joven que en
su momento nos sorprendió – en TVE acompañando a Camarón- con un nuevo
sonido que ninguno habíamos imaginado tras el universo de los grandes, Paco,
Manolo y Serranito. Una sensibilidad, un sonido íntimo, una manera de acariciar
y sacarle sonido al instrumento irrepetible. El teatro Maestranza lleno hasta la
bandera. Y no viene mal el símil taurino, ya que fue éste —el mundo taurino— un leiv motiv que el artista utilizó a lo largo de todo el recital, que desarrolló
como un recorrido por toda su carrera, reinterpretando piezas ya conocidas,
pero que sonaron tan frescas como si fueran nuevas.
He de reseñar que el programa de mano aparecía vacío, sin especificar los temas, por lo que todo se dispuso a fluir según la inspiración y sentir del propio
guitarrista.
Comienza con una taranta, valiente y solo ante el peligro, a Porta Gayola. Matiza
y nos sumerge en una soleá con rasgueos estremecedores —aplaudidos por el
público—, picados y glissandos marca de la casa, de exquisita factura. Ambas
piezas inspiradas en obras ya grabadas en 1991 y 2005.
Saluda al público creándose un profundo silencio con las palabras de Machado:
“Todo pasa y todo queda, pero lo nuestro es pasar…”, para terminar con “…en el
cielo hay una estrella que se llama Manolo Sanlúcar.” Una dedicatoria introvertida y sentida para su maestro recientemente fallecido que provoca un unánime
aplauso como sólo se escucha en Sevilla.
Vicente sigue transitando por su obra con unos tangos –(Tangos del Arco Bajo de
2005) y prosigue con la espléndida bulería por soleá (Autorretrato, de “Paseo de
Gracia, de 2009) que cantó Morente con letra del propio Vicente.
De nuevo tangos y un soniquete por bulerías (“La luna de Talabante está llorando”, de 2017) como sólo le suena a él, dicen que tocando sin uñas pero con la
afinación, el compás y el sentido que siempre lo han identificado.
El concierto prosigue con una serie de obras más o menos conocidas del maestro, con muchísima calidad pero quizás poco compromiso, como los tangos “Ay
Amoramí”, que grabó con el Potito, la soleares “Sevilla”, que dedicó al joven
torero Pablo Aguado, y de nuevo los tangos y las bulerías de “El Campo de la
verdad” (de 2005).
Con “Quita una pena otra pena” nos acordamos de Camarón y salió bailando El
Choro, algo descompuesto, con un tipo de percusión que no terminaba de encajar en el climax ya creado.
La emoción nos esperaba al final, con el Requiem y Roma (“Será Sevilla, será
Triana…), una obra de arte dedicada al otro gran maestro Paco de Lucía. Rafael
de Utrera se portó como un excelente mozo de espadas, dirigiendo al resto del
equipo percutivo, con la seguridad de quien conoce a la perfección una obra
con la que se identifica y que goza. Rafael estuvo también en maestro cantaor,
siempre entregado. Y el público así lo entendió, ovacionándole y agradeciendo
su profesionalidad.
Aunque nos faltaron muchos palos y variedades flamencas y temas más novedosos – el concierto se mantuvo en el circulo de las bulerías-tangos-soleares-,
salimos del concierto con lágrimas, emocionados. Hemos asistido a un concierto de inauguración de Bienal de un valor incuestionable, reconocimiento
a uno de los mejores músicos flamencos de la actualidad.
Gracias, maestro.
Manuel Alcántara