Eduardo Pastor (2022). Eso no estaba en mi libro de Historia del Flamenco. Córdoba: Almuzara.
ORIGINAL Y AMENA VISIÓN PERSONAL DEL FLAMENCO
Quizá haya que comenzar por el estilo, el enfoque, pues ahí está la originalidad del último libro del escritor Eduardo Pastor (Paradas -Sevilla-, 1978), conocido conferenciante de flamenco y autor de libros sobre ese arte que investiga y difunde y otros sobre Fernando Villalón o sus reflexiones sobre la más que maldita pandemia COVID. En la contraportada se reproduce una valoración de Jacques Issorel, catedrático honorario de la Universidad francesa de Perpignan: “Se expresa en un lenguaje sabroso, espontáneo y elegante”. En efecto, hay en su estilo riqueza verbal, adornada de una especie de gracia, de encanto, hasta de bonhomía, elegancia, como hay frescura y espontaneidad, si bien, no nos engañemos, y el autor lo sabrá, eso no está reñido con el trabajo intenso para perfilar la forma de lo que se quiere comunicar.
Y lo que quiere
trasladarnos es una serie de variadísimas impresiones, a modo de peculiar
ensayo, sobre aspectos muy diversos del flamenco, lo flamenco y los flamencos
de distintas etapas, categorías, etnias, etc. Pero hay más, encontramos a la
vez sentimientos y descripciones directas de un viajero por algunos de los
lugares más emblemáticos de la historia flamenca, sobre todo ese solar mágico y
dorado de Cádiz, Jerez, Los Puertos y sus alrededores, recientemente
entronizados y analizados por otro estudioso y prolífico escritor, el profesor
Manuel Bernal en Orígenes del flamenco (Sevilla, Renacimiento, 2022). De
Jerez, por ejemplo, dice Pastor que es “la ciudad más flamenca del mundo” (p.
156).
Tenemos, por tanto, una
obra miscelánea de temas flamencos y no flamencos (literarios, sociales,
históricos...) que, a modo de ensayo, con capítulos breves y muy cercanos,
gustosos de leer, camina entre lo documental e histórico (con citas
bibliográficas), lo lírico (verdaderos fragmentos de prosa poética recreando
lugares o personajes), el libro de viajes (ese “viajero” algo nos recuerda los
libros de nuestros admirados Cela o Julio Llamazares), el comentario artístico,
la recreación ficcional, el microrrelato, etc. De este modo, el libro es sin
duda original con una estructura, intención y estilo muy variados y que no
encaja en la etiqueta de un libro de investigación al uso, aunque tenga partes
similares, ni exactamente una obra histórica o una novela o narración de
ficción al modo habitual. Es eso, un libro distinto, muy ameno por todos los
lados, que se lee con fluidez, con ánimo, y, muy importante, que sirve para
enseñar, para aprender deleitando, por sus temas, su estilo y su sello personal
(busca “la esencia más que el dato”, escribe, p. 46).
Casi no deja asunto sin
tocar y se agradece pues eso sirve sobre todo para la divulgación de
determinados aspectos del flamenco y su relación con otras artes de manera
cercana, ya seria ya humorística, siempre elegante. Aborda con la brevedad
indicada de los capítulos los orígenes del flamenco (un origen incierto, pero
-dice- en el principio fue la fiesta, p. 22); data 1881 como “año fundamental
para la recuperación de la memoria flamenca” (p. 78); define el flamenco como
“la cultura más honda de Andalucía” (p. 56) y “un mundo cargado de dualidades”
(p. 87); encuentra a la generación del 27 como la más flamenca (p. 135);
enfatiza la importancia de la letra flamenca; ofrece un anecdotario sabroso (en
todos los sentidos, pues aborda, por ejemplo, los apodos culinarios de los
artistas); se queja de que la novela no ha tratado ni mucho ni bien al flamenco
(p. 169); le molesta aún más el antiflamenquismo (p. 228, donde con dureza
censura esa actitud a Juan Marsé); reivindica a Lorca como flamenco y conocedor
del flamenco frente a algunas opiniones (p. 269); muestra su admiración por
artistas como Fernanda de Utrera o por escritores como Fernando Quiñones;
analiza críticamente la significación de Antonio Mairena y el mairenismo,
señalándolos como cosas distintas (p. 276), etc. De Fernanda de Utrera hace un
elogio con una prosa poética cuidada en “Llanto por Fernanda” (pp. 198-199),
escogemos un fragmento lleno de ardor intimista: “Me muero como tú te moriste
aquella tarde de calores y silencios de siesta en vela. Mi muerte es como la
que tantas veces se te aparecía en los escenarios, con un toque de guitarra a
tu lado”. Igualmente podemos decir de las semblanzas de don Antonio Chacón y
Manuel Torre (pp. 88-93). Del primero concluye: “El Papa del Cante se fue al
otro mundo con la amarga pena de no haber sido reconocido en su tierra. Y es
que este mundo es muy desagradable. Y muy desagradecido”. Y del Majareta: “Qué
difícil tiene que ser llegar a cantar con el duende enredado en la garganta.
Qué difícil tiene que ser la creación en un mundo tan encorsetado y delimitado,
a veces, como el flamenco”.
En definitiva, Eduardo
Pastor, abogado y escritor, cabal aficionado y divulgador del flamenco (dirigió
la revista Sevilla flamenca), nos ofrece una obra que sabemos que está
teniendo eco y venta, por algo será. Seguro que, como decíamos al principio,
por la originalidad, el enfoque, el estilo. Precisamente lo que era un riesgo,
esa mezcla o miscelánea, lo ha convertido por su impronta personal en una
virtud, una amena sugerencia que contentará e informará, a la vez, a muchos
lectores, aficionados al flamenco y a otros que no lo sean, pues esta lectura
es divulgativa, próxima, gozosa.
José Cenizo Jiménez