Evidentemente, Carnación no es, ni pretende serlo, una obra de danza. Y mucho menos de flamenco. Tiene, eso sí, algunas pinceladas de zapateado y brazos flamencos y una espectacular cumbia colombiana de cierre. Pero nada más.
Carnación —ese rojo carnal que inunda el
escenario nada más subirse el telón y ese vestido rojo que Rocío luce—, es, en realidad, una espléndida
muestra de teatro experimental. Una reflexión sobre las relaciones
interpersonales, que nos habla de amor y desamor, de abuso y sumisión, de
masoquismo y de sadismo. Hay abrazos y bofetadas. Hay cuerdas que amarran y
amordazan. Hay imágenes y figuras que se
convierten en símbolos. Una se repite una y otra vez: Rocío subiéndose a una
silla y cayendo de bruces al suelo mientras construye formas cercanas a la
escultura grecorromana. Primero lo hace con una silla vacía. Luego con su
antagonista masculino sentado en ella.
Capítulo aparte es si una obra así debía o no haberse
programado en una Bienal de Flamenco. Una cuestión, para algunos, bastante
problemática. No hay duda alguna de que Rocío es hoy por hoy una reputada
bailaora —“danzaora”
prefiere ella llamarse—
en el mundo de lo jondo. Una artista que acaba de recibir el León de Oro de la
Danza del Festival de Venecia. Creemos que resulta lógico que el aficionado
flamenco tenga la oportunidad de ver y conocer sus andanzas actuales —Carnación acaba de estrenarse el pasado
27 de julio precisamente en la Bienal de Danza de Venecia—.
José Luis Navarro