Capítulo XIX
Los caminos misteriosos y legendarios de la India
La ciudad blanca
El maharaná de Odaipur es considerado en este Estado como el
descendiente directo del Sol. Sus súbditos le tienen una veneración análoga a
la de un dios. La nobleza de su sangre es la más alta y de máximo abolengo
entre todas las de la India.
Ama grandemente los deportes. Su gran pasión es la caza, y,
dentro de ésta, la de tigres. En todas las Cortes de los Estados indios son
famosas sus cacerías de esta clase de fieras.
Un retrato del actual hijo de Anita Delgado y del maharajah de Kapurthala
El palacio del maharaná es maravilloso. Muros de piedra
blanca, luminosas cúpulas de mármol que se reflejan, como un alcázar de
ensueño, en las aguas de un inmenso lago, que tiene, a un lado, montañas
abruptas, y al otro, la ciudad y el palacio. Odaipur deslumbra de blancura bajo
un cielo perfumado y terso. Hay junto al palacio unos cuantos templos, de
soberbia construcción y de la misma blancura extraordinaria. Los habitantes de
la ciudad, después de haber tomado su baño al borde del gran lago, vienen a
rezar a estos temples, mañana y tarde.
Anita Delgado los ve durante su estancia en Odaipur; trajes
de vistosos colorines, turbantes prendidos con piedras preciosas. Llegan a
centenares a hacer sus oraciones en los templos.
—¿Los ves?—dice ella a su esposo—. Parecen flores vivas...
Las mujeres de
Odaipur
La curiosidad de la españolita que ha llegado a princesa se
fija, especialmente, en las mujeres de Odaipur. Son bellas, coquetas y
risueñas. Andan con un paso muy rítmico, en el que se mezclan gracia y orgullo.
Todos los objetos que llevan consigo los sostienen sobre la cabeza. Se les ve
pasar, camino del gran lago, con sus cacharros de cobre. Se embellecen con
joyas innumerables. Desde la muñeca al codo llevan brazaletes de cristal, en
colores muy brillantes. Sonríen y hablan mucho, y en un tono muy vivo. Sólo les
interesan sus costumbres y sus tradiciones, y parecen vivir sin la menor
curiosidad por todo lo demás.
Los palacios sobre el
lago
En una embarcación de ramas van los príncipes de Kapurthala
hacia los dos palacios de mármol que se elevan en el centro del lago. El
primero está decorado en su interior con inmensos cristales, que, con los
mosaicos del piso, hacen fresca la temperatura. Un jardín con canales de agua
mantiene esa frescura. El otro palacio—cargado de vejez y de historia—está
construido sobre enormes elefantes de mármol.
Los príncipes de Kapurthala toman el té sobre la terraza del
primer palacio. Desde ella, la belleza del lago es extraordinaria. La púrpura
del sol poniente convierte en rosa la ciudad blanca de Odaipur.
Otro día, los príncipes, con el maharaná y el séquito,
cruzan embarcados el lago y descienden al pie de una montaña. Ascienden a ésta
y penetran en una casa, desde cuya terraza se ve un seco paisaje.
Anita Delgado ve cómo centenares de jabalíes corren por
todas partes. Desde sitios distintos acudían a la llamada de un hombre, que les
echaba granos de maíz.
Las cacerías
Los visitantes están un gran rato sobre la terraza,
contemplando el espectáculo. No son sólo jabalíes los que llegan; se ven junto
a ellos a chacales, a pavos reales, a pichones, a tórtolas... Están todos
juntos, y comen unidos unos a otros. Gritan los jabalíes, queriéndose llevar
la parte mejor. Y todos comen ávidamente.
Anita Delgado ve allí cerca a los jabalíes, comiendo
plácidamente lo que el hombre les echa.
—Se ve que son animales muy mansos...
—No—habla el maharaná de Odaipur—. Con ellos organizamos a
menudo grandes pigs tickings: esta
clase de cacerías gusta mucho a los ingleses y aquí se practica bastante. Es el
verdadero deporte indio. Son animales muy temibles, y cuesta mucho ponerles
fuera de combate. A mí me distrae verles comer: cada semana vengo aquí dos
veces...
Una hiena tras un
coche
Todas esas montañas de Odaipur están llenas de animales
salvajes: tigres, leopardos, panteras, hienas. Entre los que acompañan a los
príncipes de Kapurthala surgen enseguida relatos de cacerías, recuerdos de
momentos en los que acechó el peligro de una fiera...
—Una noche—cuenta el conductor del coche que utiliza Anita
Delgado en Odaipur — me vi seguido por una hiena. Fue después de haberles
dejado a ustedes en casa. Advertí que alguien, corriendo, seguía el automóvil.
Miré y vi que una hiena corría detrás de mí. Apreté la velocidad; pero ella
apresuró también su carrera. Sólo al cabo de un gran rato pude perderla de
vista y conseguir entrar en mi casa. Sobre estas montañas que rodean a Odaipur
se ven muchas torrecillas construidas de ladrillo. Son puestos de caza, en los
que en las batidas de peligro se refugian los cazadores, para esperar — a veces
durante horas enteras—-que pasen estos animales...
El dios de la buena
fortuna.
Una mañana visitan los príncipes el palacio del maharaná.
Hay en él una parte nueva, de estilo europeo, a la que pocas veces va el
maharaná, que es un gran amante de la tradición. La otra parte es la habitada
por el maharaná, con sus nobles y sus oficiales. A las manos de éstos vienen
continuamente a comer los pichones y las tórtolas.
Inician la visita al palacio por las armerías. Después, un
inmenso patio que conduce a las habitaciones privadas del maharaná. Al llegar
aquí, el séquito, cumpliendo así una tradicional fórmula india de respeto, es
obligado a descalzarse. La entrada de esta parte en que vive el señor del
palacio está guardada siempre por soldados de espada desenvainada. Al comienzo
de una escalera de mármol está el dios Ganesh, con cabeza de elefante y figura
de hombre, pintado en rojo escarlata y cubierto con adornos de flores blancas
con perfume muy intenso. Este dios es considerado por los hindúes como un
amuleto, como una providencia contra la mala suerte y un conjuro para la
fortuna. Lo ponen habitualmente sobre la puerta de entrada a su casa: así
ahuyentan el mal y hacen risueño el porvenir.
Suben por esta estrecha escalera de mármol y llegan a una
gran terraza, de mármol también, que tiene un pequeño jardín en medio,
sombreado por árboles gigantescos. Es aquí donde habitualmente toma su almuerzo
el maharaná, rodeado de una treintena de oficiales. Él se sitúa en medio, y
todos tienen los pies desnudos, como exige su religión.
La esposa del
maharaná.
Desde lo alto del palacio ven los príncipes de Kapurthala el
espectáculo maravilloso de los lagos y la ciudad. A Anita Delgado, sobre todo,
le llaman la atención unos muros muy altos, con unas pequeñas aberturas, en
forma de ventanas largas y estrechas. Discretamente, con cuidado de que nadie
le oiga, el oficial que acompaña a los príncipes dice a la española:
—Tras esos muros altos vive la maharaní, con otras damas de
la corte. Una vida sosegada y monótona, en que ellas distraen sus ocios tocando
el armonium. Se cuentan historias divertidas o melancólicas entre sí. De este
modo van desfilando para ellas las horas, tras esos muros altos que vemos desde
aquí...
JOSÉ MONTERO
ALONSO