Cajasol cerró con brillantez el ciclo Jueves Flamencos con Impulso de Rocío Molina, “una
improvisación”, “una performance”, “un work-in-progress”, según rezaba en el
programa, es decir, “un ensayo en público”, diríamos nosotros.
La malagueña se presentó con un sencillo vestido negro, desnuda
de cualquier ropaje argumental,
dispuesta simplemente a bailar y vaya si bailó. Salvo el tiempo preciso
para ponerse una bata de cola, no abandonó ni un instante el escenario.
Escuchó el cante. Escuchó la guitarra y bailó, bailó y bailó.
Primero fueron las guitarras de Eduardo Trassierra y Yerai
Cortés por malagueñas y un solo de brazos y manos de Rocio. Ellas fueron dibujando en el aire
los acordes que salían de las sonantas. Unos movimientos a veces lentos,
delicados, otras vertiginosos, atrevidos. Nada que ver con el braceo sevillano.
Un braceo personal con ecos de contemporáneo. Para mí fue lo mejor de la noche.
Luego, llegó el cante por pregones de José Ángel Carmona y el quejío rajado de
Israel Fernández y ella dio una lección de pies. Después, se puso unos
chinchines y evocó por taranto a Fernanda Romero.
Sacó un palo, sonaron las
palmas de Oruco y escribió un dialogo a base de golpes de bastón y de pies.
Se
puso sensual y movió las caderas por guajiras. Se sentó y zapateó.
Inevitablemente nos vino a la memoria la imagen de Mario Maya.
Se despidió con
una soleá con bata de cola, clásica a más y no poder, cambré incluido.
Desde luego, Impulso
no fue, según Rocío, “un espectáculo”, pero, si atendemos a la conjunción de
baile, cante, guitarras y luces, nadie lo habría dicho.
José Luis
Navarro
Fotos: Remedios Malvárez