A la pretenciosidad se le termina viendo el plumero


Confieso que no había visto nunca bailar a Jesús Fernández ni a Anabel Moreno. Por eso, nada más llegar al teatro, me abalancé a por el programa de mano. Había nada más y nada menos que 3 directores: “Dirección y coreografía”, “Dirección escénica” y “Dirección musical”. Luego había 2 “Bailarines invitados” y un cantaor, Miguel Ortega —a este sí que le había oído cantar y muy buen cantaor que es, por cierto—. Desde luego, con esos mimbres “Puntos inacabados” tenía que ser un pedazo de espectáculo, rayano en lo espectacular. Luego leí lo que decía el programa, “Hay quienes duran poco en nuestra vida, pero la transforman para siempre…” ¡Qué profundidad!




Se apagaron las luces y aquello empezó. Todos muy puestecitos en sus sitios. Me llamó la atención uno en calzones cortos subido en una silla que inmediatamente si tiró al suelo y comenzó a revolcarse por todos lados. Eso sí, con una flexibilidad increíble. Debía ser Iván Amaya. Sonó el Bolero de Ravel y todos empezaron a moverse. Ya sabíamos un poco más. A Víctor Guadiana, etiquetado como “Espacio sonoro” le gustaba la buena música. Pero muy pronto empezaron a romperse las costuras. Jesús Fernández y Anabel Moreno eran bailaor y bailaora y, uno más que otra, conocían movimientos y posturas flamencas, pero bailaban sin ton ni son. Bueno, casi, porque parecía que la habían tomado con la chica. En uno de los números Jesús terminó quitándole un zapato y en otro la estuvo empujando. No conformes con eso, Iván la fue acosando de una a otra parte del escenario hasta que ella, harta, lanzó un “¡Coño! ¡Que me dejes!”. Descubrimos también que el “Director musical” era José Almarcha, el guitarrista, y que lo que no les faltaba era vestuario. Excepto Iván y Almarcha, los otros dos cambiaron varias veces de ropa. Confirmamos, eso sí, lo que ya sabíamos, que Miguel Ortega canta estupendamente —un pelín alto el volumen—.

Resumiendo, una hora de pura pretenciosidad, eso sí arropada desde el primer momento por un grupito de espectadores que se empeñaban en aplaudirlo todo. Se les notaba enseguida, porque el teatro estaba medio vacío. Luego vimos su autobús en el aparcamiento del teatro. Al final no nos extrañó ver una falta de ortografía en su descripción de su espectáculo: “Y basta que algo en nuestra vida se active y nos rebele cosas que jamás imaginamos”. A la pretenciosidad se le termina viendo el plumero.

                                                                                                                    
  José Luis Navarro