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"La Consagración de la Primavera" de Israel Galván en Sevilla

 

Teatro Central, 1 de marzo  de 2024

Por fin llega a Sevilla La Consagración de la Primavera de Israel Galván, estrenada el 23 de noviembre de 2019 en el Théâtre de Tidy de Lausanne (Suiza) y que después ha sido representada, entre otros teatros, en el Théâtre de la Ville parisino en 2020, en el Kanagawa Art's Theatre de Yokohama (Japón) en 2021, en el Sadler Wells londinense en 2022, en el Teatro Grande de Brescia (Italia) y en Schloss Festspiele de Ludwigburg (Alemania) en 2023. Una obra que dejó boquiabierto al público parisino cuando el 29 de mayo de 1913 Serguéi Diáguilev estrenó su Le Sacre du Printemps de Igor Stravinski en el Teatro de los Campos Elíseos.



En Sevilla, un escenario medio vacío (una pantalla blanca al fondo, dos pianos a la izquierda y varios artilugios donde zapatear distribuidos por el suelo) Israel Galván, Daria van den Bercken y Gerard Bouwhuis evocan a Igor Stravinski. Interpretan a su manera la partitura que el ruso compuso para los ensayos de aquel histórico espectáculo que causó furor en 1913. Daría y Gerard teclean. Israel zapatea.  Es percusión a tres.

Hace años que Israel entró en la historia de la danza y con esta obra ha dado un nuevo paso en el enriquecimiento de ese insólito y fastuoso vocabulario dancístico que posee. Aparece descalzo, de riguroso negro y con un ramito de jazmines en la cabeza y zapatea sobre una superficie elástica. Después, con las botas de Vicente Escudero (después otras negras) recorre uno a uno todos los tableros de madera que ha dispuesto en el suelo reviviendo golpes y creando nuevos y sorprendentes movimientos y actitudes.  



 



Finaliza La Consagración de la Primavera e Israel, Daria y Gerard nos regalan la Sonata K87 de Domenico Scarlatti y dando un paso más en la historia de la música hacen los Winnsboro Cotton Mill Blues de Frederic RzewskiPero están en Sevilla y no sería bien visto —pensarían— no acordarse de la tierra. Así que se despiden con unos compases de una sevillana dieciochesca.

El público les sigue en religioso silencio. Aparte de las teclas de los dos piano y los pies de Israel no se oye una mosca. Al final premia a los artistas con un largo y cerrado aplauso que les obliga a reaparecer ante él un par de veces más.

                                                                                José Luis Navarro