Anoche tuvo su estreno absoluto en el Teatro de la
Maestranza Afanador, un ballet inspirado en la obra sevillana del fotógrafo Ruven Afanador (Colombia, 1959).
Elimine el color. Repudie la belleza. Sustituya la música
por un ensordecedor zumbido electrónico y la danza por unas repetidas y deformes
actitudes flamencas. Combínelo con unas gotitas de palillos, algún que otro
abanico, un insistente repiqueteo de pies, unas cuantas gotas de bata de cola,
unos segundos de guitarra, unos gritos flamencos y añádales unos alucinantes
dibujos que nacen y mueren sobre un muro de un blanco inmaculado, una
chaquetilla torera, un torete, un recuerdo semanasantero y unos fogonazos de
luz y tendrá una inquietante y amenazadora imagen en blanco, negro y gris, un
estruendo acompasado, un negativo de lo que puede ser Sevilla y el baile y la
música jonda. Eso es lo que nos pareció ese impresionante cuadro surrealista
titulado Afanador.
Para poder llevarlo a las tablas de un teatro habrá
necesitado, eso sí, una imaginación desbordante y un cuerpo de baile diestro y disciplinado
a más y no poder. Y eso es lo que puso Marcos Morau con la ayuda de Lorena
Nogal, Shay Partush, Jon López, Miguel Ángel Corbacho, Juan Cristóbal Saavedra,
Roberto Fratini, Max Glaenzel y Ruben Olmo y los 33 bailarines del Ballet
Nacional de España.
Mi nieta se tuvo que salir antes de que terminara el
espectáculo porque todo aquello le daba miedo y el público, como suele ser
habitual, aplaudió un buen rato.
José Luis Navarro