Intersección de Fernando Jiménez Torres (Alcalá de Guadaíra, 1985) y Ángel Fariña (Viladecans, Barcelona, 1986) se estrenó el 4 de febrero en la Sala Central Lechera de Cádiz. Como su título nos dice, es un encuentro, un cruce de caminos, vivido y llevado a las tablas por dos bailaores. En palabras suyas, un “punto de encuentro de dos energías que llevan años conviviendo a través de la danza (…) dos cuerpos que quieren dialogar desde su verdad más absoluta”.
Desde el punto de vista artístico, Intersección es un auténtico reto dancístico en el que los dos derrochan maestría e imaginación. Una obra densa de contenido en la que nada se deja al azar. La dividen en cinco partes: Complicidad (garrotín), Sinergia, Ego y Orgullo (zapateado, poemas), Resentimiento y Celos (granaína, trío), Pasión y Sensualidad (tablao) y Amor (nana) y se desnudan en cada una. Cada movimiento, cada zapateado nos habla de sus vivencias, de sus sentimientos y de sus emociones.
Hay un acusado contraste entre la riqueza de contenido y la
economía de medios: dos bailaores, dos cantaoras, Inma la Carbonera y la
también actriz Lorena Ávila y un guitarrista, Pau Vallet. Los cinco se mueven
en un escenario completamente vacío. Una silla para el guitarrista y pare usted
de contar.
Comienzan con un garrotín en el que Fernando y Ángel se
funden en un simétrico 1 x 2, un paseo a dos, que nos deleita con idénticos pasos
zapateados y punteados, pequeños saltos al unísono, y un juego de sombreros incluido.
Un prodigio de milimétrica exactitud que ellos viven y disfrutan. La primera
vez que se distancian un “Izquierda, derecha, izquierda” los llama al orden y
les hace volver a sus movimientos a dos.
Después, salvo en muy contadas situaciones, ejecutan
prácticamente los mismos movimientos. Incluso en ese zapateado furioso y
gesticulante que refrenda el texto de Oratorio. Bien es verdad que Fernando se asoma también al mañana con
un baile de esencia vanguardista. Otra exhibición personal de la danza del
futuro.
Fernando y ángel, descalzos y en camiseta, bailan el “Anda
jaleo, jaleo” lorquiano, un baile juguetón y desinhibido. Lo cierra Lorena con
“Los cuatro muleros”. Después, Ángel y Fernando, alternándose, hacen un recorrido por la programación del
clásico tablao: soleá, alegrías, caña, farruca, guajira y seguiriya. Terminan con las
imprescindibles bulerías con todos alrededor de la guitarra.
Pero en Intersección
no solo hay baile. Hay indignación y protesta. Un relato sombrío, palabras que
nos traen el grito y la queja del Teatro Lebrijano, un recuerdo a “los que
tienen la boca sellada por las cenizas de un millón de muertos”, a voces
desgarradas que gritan para que “la sangre de los vencidos deje de regar la
tierra, ¡La tierra!, ¡Nuestra tierra!, ¡Nuestra tierra!”
Y también hay algo de guasa macabra con ese “Érase un hombre a
una nariz pegado” que escribiese Francisco de Quevedo o esa interrupción de la
obra que lleva a cabo Inma para buscar un pendiente que dice que se le ha caído.
Inma y Lorena se ajustan perfectamente al contenido emotivo
de la obra y Pau dispone también de unos momentos para su lucimiento personal.
Intersección es una obra rebosante de emoción y arte. No
entendemos cómo no se ha seguido representando desde su estreno en Cádiz.
José Luis Navarro