LA ENFERMEDAD Y EL DOLOR EN LA LÍRICA DEL CANTE FLAMENCO
En este artículo analizamos, a grandes rasgos, la presencia de la medicina, de la enfermedad y del dolor en general, en la lírica popular andaluza, y específicamente en esa parcela de la misma que llamamos cante jondo, coplas flamencas, cantes flamencos, cancionero flamenco anónimo, etc.
Desde que Antonio Machado y Álvarez, “Demófilo”1, padre de los hermanos Machado, editara en 1881 Colección de cantes flamencos, y desde que Augusto Ferrán en La Soledad (1860) y en La Pereza (1871)2, con prólogo de Gustavo Adolfo Bécquer, publicara sus composiciones (coplas, soleares, seguiriyas) influidas por la métrica y la estética del cancionero popular y flamenco, la consideración de la copla flamenca, tanto entre los estudiosos como entre los creadores, ha ido subiendo en atención y estima3, si bien en el camino existieron y existen aún fuertes reticencias estéticas, académicas o sociales, debidas a factores más contextuales o extrínsecos al cante mismo que intrínsecos.
En composiciones breves (tres, cuatro o cinco versos por lo general) y de chispazo lírico, como los precedentes poemillas de las jarchas, con los que guardan no pocas afinidades, la colección de cantes flamencos, inmensa y frecuentemente intensa, destinados siempre a ser cantados antes que leídos, ha abordado todos los temas, grandes y pequeños, del ser humano. Pero nos ceñiremos a los que mantengan relación, profunda unas veces, más tangencial o anecdótica otras, con el mundo de la salud y de la medicina. Como curiosidad, diremos que abundan los médicos que son aficionados al cante flamenco y, por tanto, a sus letras o coplas4. Muchos de ellos incluso han creado algunas (Rafael Belmonte, Antonio Urbaneja, Antonio Rincón...) o han escrito e investigado sobre su esencia y su historia (los anteriores y otros como Ángel Rodríguez Cabezas, C. Paniagua, Antonio Reina, etc.). De los citados, el doctor en Medicina y Cirugía y profesor universitario Rodríguez Cabezas publicó La salud en las coplas flamencas, en donde se recogen variados aspectos de la relación de éstas con la medicina.
Parece haber, de entrada, una opinión generalizada acerca de la función catárquica del cante, al que la letra se asocia en simbiosis literario-musical de extraordinario alcance en tantas ocasiones. Así lo han señalado, entre otros, el citado Rodríguez Cabezas (1997:49), que habla de “regulación de esa válvula de escape de las pulsiones, lo que produce un feliz equilibrio de la angustia, de las pasiones, de la aflicción y de las emociones”; el escritor Ricardo Molina (1986: 97), que alude al “valor liberador de una genuina catarsis”5; el profesor y doctor en Filosofía y Letras Alfredo Arrebola (1988:27), para quien “el cante nace de muy diversos factores buscando consuelo y alivio”; Pierre Lefranc (2000:27), catedrático de Lengua y Literatura inglesas, que opina que cada cante es una etapa en una catarsis compartida”; etc.
La enfermedad y el dolor aparecen en estos cantares populares repartidos en un doble plano: por un lado, realista (físico o psíquico, psicosomático); por otro, el simbólico, asociado sobre todo al mal de amores, al dolor sentimental. Ambos planos, sin embargo, están interrelacionados y se ayudan para construir un discurso eficaz en la expresión de la fatalidad y el desengaño.
Lo más inmediato y palpable es el dolor físico o mental y la enfermedad con su diagnóstico clínico. En este sentido, Rodríguez Cabezas (1977:64- 69) hace un inventario en el que constata y analiza la presencia de enfermedades como el alcoholismo, las cardiopatías, la tisis o tuberculosis, o la terrible depresión. De la primera, cita “El que se muere borracho / se salva seguramente, / y derechito va al cielo / si la tajá es de aguardiente”, cuyos ecos lejanos estarían –recuerda- en el zéjel 90 del poeta Ben Quzmán: “Cuando me muera mi manda para el entierro / es que mi tumba sea una viña entre cepas / que me arriméis hojas (de parra) por mortaja / y a la cabeza un turbante de pámpanos”6. La patología cardíaca, asociada al simbolismo emocional del corazón y a la entrega del cantaor, está presente en coplas como “Decir la pena cantando / sufre más el corazón / que si la digo llorando”, en donde J. P. Tarby (1991:116), doctor y profesor de la Universidad de Perpignan, entrevé “cierta actitud masoquista”. Aparecen referencias a enfermedades infecciosas o trasmisibles, como la rabia, catarros, etc., en tono serio o jocoso (“A mi mujer en la lengua / le mordió un perro rabioso; / en seguida busqué al perro / y lo jarté de bizcochos”), pero la más aludida es, sin duda, la tisis o tuberculosis. Una de las coplas más conocidas a este respecto es: “Nadie s´arrime a mi cama / que estoy ético e pena / y ar que muere e mi má / jasta la ropa le queman”, recogida por Demófilo (1881; 1975:103), que comenta: “Es creencia popular en nuestro pueblo que la tisis se pega o transmite, y que es conveniente quemar la ropa de los que mueren de esta tristísima enfermedad”. Tristísima, dolorosa y tan romántica. En este sentido, comenta Luis Lavaur (1976; 1999:26-27) esta misma copla, en la que encuentra esa alusión “a la enfermedad típica del romántico” que “con agudo sentido de la profilaxis conmina”. La depresión, que también citábamos, encuentra su “paradigma del grave conflicto depresivo endógeno”, según Rodríguez Cabezas (1977:62), en esta copla que suele cantarse por el estilo denso y dramático del cante por martinete: “Tengo una pena, una pena, / que casi puedo decir / que yo no tengo la pena: / la pena me tiene a mí”. Composición de finura psicológica que ha llamado la atención de otros autores, como Luis Rosales (1987:50-52), copla “sencilla e insondable”, dice, “literalmente estremecedora”, que interpreta así: “Lo que la copla dice es que hay penas tan grandes que no tenemos corazón suficiente para albergarlas, y son las penas mismas las que nos llevan a nosotros, las que nos tienen en sus brazos” (p. 51).
Y coplas como éstas nos conducen al otro plano del dolor: al simbólico. La pena en las coplas flamencas tiene un nombre, ducas, también en sus variantes de diminutivo duquitas, duquiyas, duquelas, términos tomados del caló, lengua de los gitanos. “Pasar ducas” es “la construcción más común”, escribe el profesor de la Universidad de Sevilla Miguel Ropero (1991:150-153), quien selecciona, entre otras, la copla “Yo no muero de mi mal; / que muero de las duquitas / que tú me jases (haces) pasar”, donde se enfrenta el dolor físico y el dolor o mal de amor. Chalar o prebelicar (enloquecer), jachares (celos, tormentos, penas) o fatigas son expresiones asociadas a penas o ducas, al dolor y al sufrimiento. Al hablar de dolor, de penas, asociadas al amor y al desamor principalmente (Gutiérrez Carbajo 1990:789), nos referimos al tema central de la lírica del cante jondo. Y este tema la une a la estética del romanticismo del siglo XIX, época en que el Flamenco sale a la luz pública y empieza a ser objeto de atención y estudio por parte de escritores costumbristas y románticos españoles y extranjeros. Indica el profesor de Literatura española de las Universidades de Cádiz y Sevilla Alberto González Troyano (1988:53): “Tras el silencio del primer cuarto del XIX (...) el cambio de sensibilidad y de valores que trae el romanticismo, implica convertir en figuras cargadas de prestigio literario personajes antes denigrados (...). El gitano cuenta con las mejores bazas para ascender a protagonista de esas nuevas obras”. Como viene defendiendo y diríamos que demostrando el doctor y habilitado de la Universidad de Klagenfurt (Austria) G. Steingress desde su libro Sociología del cante flamenco (1993), la importancia del movimiento romántico en la gestación de la imagen del Flamenco es crucial. Y Juan Vergillos (1999:22) incide en cómo “la ideología romántica está en la base de la estética intuitiva del flamenco”, que este crítico y profesor de Filosofía llama “estética tradicionalista”. Por lo demás, la cosmovisión pesimista del romanticismo es compartida hasta la extenuación por el cancionero anónimo flamenco y por los autores cultos que intentan crear a su imagen y semejanza. Así, R. Molina (1979:102) habla de “pesimismo erótico” (cita: “Yo creía que el amor / era cosita de juguete / y ahora veo que se pasan / las fatigas de la muerte”); P. Lefranc (2000:26-27) subraya el “desgarramiento afectivo”; Lavaur (1976; 1999:25) la “vena fatalista del jondo” (cita: “Ojos míos, no yoréis; / lágrimas, tener pasiensia; / que er que ha e sé esgrasiao / desde pequeñito empiesa”), Gutiérrez Carbajo (1988:134) de la “zarpa del dolor” de estas composiciones que tras “el torrente del dolor que atraviesa los siglos” llega con las recopilaciones de Demófilo y de Rodríguez Marín7.
La “enfermedad del amor” es uno de los temas médicos –afirma Rodríguez Cabezas (1997:52-55)- más profusamente expresados, y cita: “Una enfermita de amores / vino a consultarme un día / y con mis besos traidores / logré lo que todavía / no han logrado los doctores”. Y prosigue comentando (íd.: 60-61) “la otra etiología fundamental, los celos patológicos”, que provocan enfermedades como el insomnio (lo dice esta soleá: “Toa la noche sin dormir / sentaíto en una silla / acordándome de ti”) o la misma anorexia provocada por el estado de tristeza y depresión que produce la falta de correspondencia amorosa o el desamor: “Cuando te apartaron / de la vera mía, / tacitas de caldo que a mí me dieran / yo no las quería”. Hasta la medicina naturista, panacea ancestral de tantos males, fracasa ante el mal de amores (íd:63): “No me mandes más tisanas / para poder descansar, / que son medicinas vanas / que no podrán remediar / este dolor que me aplana”, o “En este canastillo llevo /remedio pa tos los males, / hecho de flores silvestres / y yerbas medicinales / (...) Yo traigo remedio pa tos los dolores; / lo que yo no traigo es remedio / p´al mal de amores”. García Tejera (1986:268-273), analizando la poesía flamenca de Antonio Murciano, tan excelente seguidor de la estética popular flamenca, comenta que el amor provoca a veces la pérdida de la salud, tanto física como mental (ponerse amarillo y con ojeras, hablar solo por las calles...) y que el desengaño es el encuentro entre el amor y el dolor, ante el que la mejor medicina es el olvido, que “no es siempre fácil”: “La mar puse yo por medio / para ver si te olvidaba, / pasé la mar de fatigas / y el olvido no llegaba”. Así debió verlo el autor de esta letra que recuerda Antonio Mairena en sus conversaciones con el profesor García Ulecia (1976:109), publicadas por la Universidad de Sevilla, poema lleno de pesimismo: “Dios mandó el remedio / pero pa este mal mío y de mi compañera / no lo hay ni lo encuentro”. Como han demostrado en excelentes investigaciones los profesores A. Carrillo Alonso (1988 a, 1988 b) y F. Gutiérrez Carbajo (1990), este motivo del “mal de amor”, así como los del dolor de ausencia, el insomnio de los enamorados, el llanto como consuelo, las penas dobladas, etc., son comunes a jarchas, cancioneros, refraneros, lírica popular y tradicional, etc. Un lugar común como “la pena negra”, presente en los cancioneros propiamente no flamencos, lo encontramos en la colección de cantes flamencos. Gutiérrez Carbajo (1990:792) nos recuerda este ejemplo: “En pasar duquitas negras / no hay quien se iguale conmigo, / que estoy comiendo y bebiendo / con mi mayor enemigo”. Estamos ante una estética del desamparo (Molina 1986:176-177); de belleza no confortable, sino desgarradora, una poética que “jamás vuelve la espalda a la Desgracia” (Grande 1992:62); una poesía cuyo tuétano es el dolor, verdadero “carácter dominante”, dolor “ramificado en todas sus formas” -psíquicas, metafísicas, étnicas, de génesis social o individual...- (Caba, 1988: 102). Esta poética tiene una retórica muy particular. En la elocución de estos poemas breves destaca, amén de procedimientos como la metáfora, el símil, el diminutivo, el paralelismo, etc., un hiperbolismo de tono sentimental (Molina 1986:96-97) -“Cuando pasa por mi vera / y no me dice adiós, / ni las ánimas benditas / pasan más penas que yo”-, una “dramatosía” o “megalosía dramatizante” (V. Gennep, cit. por Molina, íd) que cae en megalopatetismo interpretado -concluye Ricardo Molina- “como una forma de `masoquismo´ en su complacencia romántica en el dolor y el culto extendido al `sufrimiento´”. Pongamos algún ejemplo, tomado de la recopilación de Tarby (1991:114-116) para ilustrar lo que este investigador llama “ritual (amoroso) humillante que tiende al masoquismo”, que iría en correlación con la actitud sádica femenina de desdén: “Yo no sé por qué / yo pienso en este dolor / cuantas más vueltas le doy / más te quiero yo”, “Mi pena es muy mala / porque es una pena / que yo no quisiera / que se me quitara”. En este recorrido por la relación entre el dolor y la enfermedad en las coplas flamencas, no podemos olvidar la imagen que se ofrece de los médicos. Conocida es la tradición -cuyo culmen es Quevedo- de sátira contra los miembros de tan digna y necesaria profesión. En nuestro corpus poético se resuelve con una doble perspectiva. De un lado, la desconfianza, en la línea de esa invectiva de larga tradición: “¡Doctor! / Cómo puedes consentir / que yo me muera rabiando / cuando el remedio está en ti”. Por otro, de confianza y de agradecimiento. Al fin y al cabo, dado que la salud es para el gitano y para el autor de estas coplas lo más importante, lógico es apreciar a quien nos la devuelve, como anuncia esta seguiriya: “Jerío de muerte / caío en el suelo / Dios se lo pague a los cirujanos / que me arrecogieron”. Quedémonos, para finalizar, con esta noble actitud y esta seguiriya donde el paralelismo intensificador inicial y la correspondencia recíproca “pagar-(a)rrecoger (auxiliar, ayudar)” logran un resultado tan sencillo como profundo.
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NOTA: Este artículo se basa en una comunicación “La enfermedad y el dolor en la lírica popular andaluza”, presentada en el I Simposio Medicina y Literatura, Colegio Oficial de Médicos-Facultad de Filología de Sevilla, Sevilla, 8-10 de marzo de 2001. Se publicó en las actas del mismo: “La enfermedad y el dolor en la lírica popular andaluza”, en Torre, Esteban (ed.), Medicina y Literatura, Padilla Libros, Sevilla, 2002, pp. 125-132, ISBN 84- 8434- 153- 4.
José Cenizo Jiménez
Notas